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 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Quinientos es un número si no cabalístico, razonable cuando de escritura de artículos editoriales se trata.
Representa la misma cantidad de estados de ánimo, de dudas existenciales o de certezas cotidianas. Quinientas.
Significa que una vez por semana durante nueve años y medio, hay que ceder treinta minutos, sesenta, tal vez ciento veinte (eventualmente muchos más) para apostarse frente a un monitor, aferrarse a un teclado y escribir.
Las ideas suelen estar contenidas en la punta del lápiz (en la textura cóncava de las teclas) y basta inclinarlo -el lápiz- lo suficiente para que las palabras fluyan y se sucedan.
El surrealismo demostró que la escritura puede ser una pieza de Bach o una autopista scalextric consideradas en la totalidad de sus partes. El automatismo tiene consecuencias.
El placer del texto (Barthes dixit), la sensualidad de la palabra como aparato mágico que toca a la distancia, abre puertas a través del tiempo. Por quinientas veces.
Los artículos editoriales no son necesariamente declaraciones categóricas que obliguen la inobjetabilidad, sino dudas razonables, senderos que se bifurcan en tiempo y espacio: los del autor y de la Historia. José Emilio Pacheco dijo que las opiniones cambian con la edad; lo único que no cambia es la gramática.
Quinientos es el número aproximado (caben más) de las incertidumbres ante las cosas. La experiencia permite -y arranca- la dubitación. El cuestionamiento, la especulación, la posibilidad de una ruta o tal vez de otra.
Se trata de la puesta en común de una duda profunda, una confusión indescifrable o de una costumbre que pierde -o que gana- su vigor.
Es un taxi sin GPS cuya ruta se sugiere. Quinientas conversaciones abiertas que admiten la disidencia. La editorialización de lo cotidiano.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx

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