2023

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El año nuevo es el día en que se construyen propósitos que apuntan hacia la bondad humana. Lo que se sobreentiende por eso: dejar de fumar, hacer ejercicio, perdonar al prójimo…
Otros propósitos resultan aún más específicos: obtener una certificación en inglés, terminar la tesis de la maestría o rehacer los cajones donde los calcetines se confunden con las camisas. Las tías solteras prometen casarse y los abuelos, morirse.
La celebración del año nuevo adquiere un efecto de compromiso. Por eso se pasa en compañía. Se requieren testigos animados por las uvas y la sidra. Aunque a veces se confiesan, a veces no, las promesas gozan de un pacto –tácito o explícito– con los otros.
Se asiste a una reunión de año nuevo como sinodal de una declaración patrimonial.
El año nuevo da la impresión del cierre de un ciclo y la apertura de otro. La horizontalidad con que Occidente calcula el tiempo de una vida, durante la fiesta de fin de año cobra una lógica parcial: la de un examen de conocimientos y habilidades: unos, los aprendidos; otras, las reprobadas.
Casi siempre favorece la familiaridad con los acompañantes durante la fiesta. Con ellos no se necesita fingir. Las promesas se obvian. Ante la presencia de desconocidos, en cambio, la ficción emocional es más sencilla pero los remordimientos brotan en febrero. Generalmente antes que con los familiares, a quienes les basta el apodo para saber el reto: “gordo”, “pelón”, “fumarola”, “anciano” y otros con que los reproches comunitarios no requieren nombrarse.
Es mejor cruzar la frontera sentimental del año con whisky.
Después de los abrazos y las uvas, el día primero del año se vive bajo una cruda real o impostada que obliga la suspensión en cama. Entonces ocurren los arrepentimientos y la reflexión de la verdadera magnitud de las promesas que todos saben que no se cumplirán. Se trata sólo de un año más que deja la sensación de una vejez inaplazable a la que todos nos encaminamos a regañadientes.
Los establecimientos cierran y los corazones se abren como flores vulnerables. El día primero todos recibimos la visita de fantasmas.
Deseamos a otros un feliz año como una forma del exorcismo.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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