Youtubers

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los youtubers son gente que cumple la máxima filosófica de vivir para los demás. Sus casas están hechas de cristal traslúcido; sus corazones, de carne de camaleón y sangre de voyerismo. Sólo dan sentido a sus actos si éstos son observados y escrutados por miles de fisgones cuya vida es menos fértil aún que las de los observados.
Los youtubers son personas comunes que adquieren la dimensión de un mito debido a la manera canónica de preparar waffles, aguantar sin consecuencias innumerables tragos de vodka y dar recomendaciones afectivas para ligarse a quienes no se dejan.
Son porque son vistos: “Me exhibo, luego existo”, está escrito en su epitafio.
Son la versión digital de los héroes épicos con la considerable diferencia de que sus hazañas se reducen a vulgaridades cotidianas. Trapear el piso, arrancarse una costra, voltear hacia atrás los párpados…
Llegan incluso al extremo de lamer un excusado público, retratarse en una viga a cien metros de altura o meter la mano dentro de las fauces de un cocodrilo. Llamar la atención es su aspiración vocacional. Causar asco o asombro. Conseguir un “like” pegajoso que alguien más adhiera o refute con el propósito ulterior de merecer “vistas”.
Los mercadólogos, sensibles censores del interés común, aprovechan las extravagancias o llanezas para ofrecer patrocinios. Caminar con los zapatos al revés sólo adquiere jerarquía cuando “Nike” se anuncia. Meten el dedo al enchufe de la electricidad para demostrar la bondad del mertiolate.
Los youtubers son el pináculo de una civilización cuya jerarquía es la banalidad. Cometen actos de sevicia y puerilidad porque existe el medio para difundirlo y el patrocinador oportuno que lo alienta. El público es el destinatario último de sus monerías, quien consagra o condena la repercusión de sus “reels”.
Los contenidos que difunden son algo más que consejos (nadie admite cánones morales hoy día), prototipos de la ignominia que, al exhibirse, canonizan trivialidades y dan una dimensión pueril de lo humano. En un mundo globalizado, las conductas de homegeneizan y difunden y se adaptan. Lo que es idéntico se convierte en el principio ético; lo diferente, en algo desdeñable. Todos quieren vestirse igual, decir lo mismo, comprar lo que todos compran. Los youtubers son la antonomasia de la invisibilidad, lo cual se vuelve una paradoja: hacen cosas raras para ser los mismos que todos. Representan la vanguardia de la producción en serie.
Basta cierta musiquita, una sonrisa oportuna o una escenografía atractiva para que un video marque tendencia. Millones de seguidores en todo el planeta adquieren un lugar en el hormiguero gracias a la copia voluntaria de sus acciones. Las hormigas sólo tienen mérito en la disipada colectividad de su especie.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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