Ya no nos sorprende

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Presionamos un pedacito de una materia plástica incrustada en la pared y no nos sorprende que se encienda una luz en el techo de esa habitación. Giramos una llave y se libera o se engancha una cerradura. Manipulamos un grifo y brota agua. Manipulamos dos grifos y hasta podemos regular la temperatura del agua que brote. La gente conserva el equilibrio sobre dos ruedas sostenidas por unos cuantos tubos de metal y de hule. Nada de eso nos sorprende. Utilizamos un cuadrito electrónico que transmite imágenes y sonidos y no resulta sorpresa alguna que podamos comunicarnos con personas que están a varios kilómetros de nosotros. Estamos tan acostumbrados a ésas y otras tecnologías que quizá sí nos sorprenda que no funcionen como esperábamos.
También he escuchado de disfunciones que han dejado de sorprender: la lentitud de la burocracia, las promesas de los políticos, las noticias de corrupción, descubrir los engaños de supuestos amigos o amores, entre otros varios. No nos sorprende, pues si algunas tecnologías responden a la naturaleza del mundo físico, las disfunciones, dislates, desilusiones, desengaños y sin sabores corresponden a la naturaleza humana. Entre lo que no nos sorprende se encuentra un enorme conjunto de situaciones que no funcionan de acuerdo con las expectativas. Confiamos en que algo será de determinada manera, pero no es sorpresa alguna que no se cumpla como lo prometió alguien que está sujeto a las veleidades del diario acontecer.
Aunque no nos sorprenda, en muchas ocasiones no deja de ser molesto. Que las sesiones de discusión comiencen más tarde de la hora anunciada para el inicio, que el transporte de algún expositor crucial se retrase, que los documentos que urgen para ser llevados de los dominios de una burocracia a los dominios de otra no estén listos, o que alguna de ellas los rechace porque han perdido vigencia. Podemos sospechar que no estará firmada o quizá ni siquiera ha sido escrita la hoja que debemos recoger de una oficina para demostrar en otra que sí hemos realizado determinados estudios, exámenes, certificaciones, trámites, ritos o preparaciones. No sabemos si estará listo el documento o no.
A veces, la sorpresa que nos llevamos consiste en que las cosas sí funcionen según lo prometido por algún funcionario. Nos dan el dato de hora y fecha en que podremos recoger el enésimo documento (que no tiene valor alguno más que el de reiterar información que probablemente ya tengan en la oficina al que hemos de llevarlo). Y no nos sorprende que no esté listo. En caso de que sí esté listo, han sido tantas nuestros viajes en vano que es cuando sí nos sorprendemos: alguien, alguna vez en alguna burocracia de este planeta tan proclive a las volubilidades de la naturaleza humana, entrega un documento a tiempo. Y vamos, presurosos, a entregarlo en la ventanilla de la burocracia complementaria. A veces no nos sorprende que la burocracia complementaria señale una mácula y establezca que el sello está incompleto, o la firma no está en el color de tinta correcto, o que el papel está doblado, o que falta o sobra alguna letra en un código o nombre crucial, o que en el anverso no consta la certificación de alguna otra oficina intermedia.
Definitivamente, no nos sorprende ya que nuestra agradable sorpresa previa haya sido vana ilusión. Afortunadamente, regresaremos a casa en donde al presionar un interruptor, encenderá la luz, al igual que esta mañana cuando salimos. Y tampoco nos sorprenderá.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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