Votaciones

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Nuestra democracia termina con el sufragio. Y empieza con campañas de desprestigio entre los candidatos sometidos a pruebas de popularidad y mensajes cotorros en Tiktok.
La exposición y difusión de las ideas no parece un asunto de importancia. Los argumentos no obedecen a los protocolos del pensamiento crítico que da la lógica, sino a evidencias leoninas de la corrupción ajena.
La tesis de las campañas se puede resumir en la frase “yo seré malo, pero el otro está peor”.
Si la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, lo consecuente es que la nuestra sea una democracia violenta, denostativa, populachera. De burlas y manotazos. Balazos y mentiras. Sangre y circo (excesiva sangre y pésimo circo).
Por una costumbre transgeneracional, sigue siendo lógico que los ciudadanos desconfiemos de quienes nos representan. Faltan muchos sexenios para que definamos nuestra simpatía electoral de acuerdo con profundas convicciones ideológicas y no sólo por impulsos promocionales que nos inducen a elegir a un mono. El color de la corbata, la vestimenta confeccionada por los chamulas o la hermenéutica de las señas.
Hemos llegado al punto en el que se vota por el menos ratero y por el que promete utopías con mejores sonrisas. Alguien lo hace con gestos de sordomudo.
El crimen organizado ya se manifestó. Durante el proceso de las campañas, casi 30 candidatos de los diferentes partidos y aspiraciones demostraron con sus tripas sobre la banqueta que ningún mexicano está a salvo. Cuesta muy caro vivir en un país donde el miedo delimita y reconstruye las costumbres. Dormirse temprano y no tocar el claxon. Reservar las opiniones a los memes reenviados.
Eso más las teorías de la conspiración mantienen a una población paranoica.
A partir de la declaratoria oficial de los ganadores termina la democracia y comienza la exhibición de nuestros resentimientos. O de algunos.
No hemos entendido en qué medida nuestros gobernantes representan nuestros anhelos, nuestros bolsillos, nuestros afectos. Ni ellos lo entienden, aunque ganen.
El presidente es un empleado de los extraterrestres. Gobierna para ciudadanos virtuales desde un búnker mediático que es interpretado por periodistas medianamente enterados o que reconstruyen los mensajes bajo la práctica del chayotazo y la saña.
Los mercadólogos saben que quien gana una elección es quien los votantes recuerdan. Todos están dispuestos al contorsionismo y los insultos de ida y vuelta. Trump es un buen ejemplo. En virtud de esto, los puestos públicos demandan no la santidad sino la adepción. El mejor candidato puede perder por un mal manejo de las redes; el más corrupto, ganar por una frase chistosa o unos tenis coloridos. No importan las plataformas. En política, forma es fondo. Los venenos pueden venir en botellitas de cristal de Murano.
En México ha quedado demostrado que la población está más politizada de lo que se pensaba. Y aún así sólo votó el 60% del padrón.
A ver.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar