Violencia y deserción escolar: buscando chivos expiatorios
Marco Antonio González Villa*
La violencia tiene diferentes formas, caras y apellidos para presentarse: económica, física, sexual, de género, por referir algunas, ninguna de ellas agradable, pero sí con la capacidad de dejar huellas y secuelas que tardan en sanarse. Pese a que hoy en día es un tema que, en lo aparente, preocupa a las instituciones, la realidad nos muestra y nos abofetea con dos grandes verdades: somos un país sumamente violento y estamos bastante lejos de erradicar este problema de nuestra sociedad.
La violencia ataca siempre a los grupos vulnerables, ya sea aquellos que no pueden defenderse o bien a los que no disponen de una posición de igualdad en el orden de lo social. De tal suerte que, bajo estas premisas, los niños y adolescentes o cualquier persona en condición de pobreza serán un blanco fácil para poder ser atacados.
A lo largo del año, del sexenio o de las últimas décadas, diferentes organizaciones internacionales como la OCDE y la UNICEF, han reportado que México ocupa uno de los primeros lugares en lo que se refiere a abuso sexual infantil, lo que implica que muchos menores han sido violentados de una de las formas más crueles y reprobables que puedan existir, ya que no sólo roban su inocencia y manchan su pureza, sino también les muestra a ellos un mundo en el que sus derechos no son en nada importantes para muchos; de hecho, un alto porcentaje de los feminicidios que ocurren con menores de edad, en donde el tema de lo sexual es una de sus causas principales. Esto se vincula con el hecho de que somos también un país de una violencia física desbordada en el que, tan sólo en el presente año, llevamos más de 20 mil muertos por asesinato; muchos de ellos adolescentes que se encuentran dentro de las garras del narcotráfico.
La pobreza es otra de las formas de violencia que vivimos y tenemos más arraigada, que evidencia un desinterés poco ético por las condiciones de un semejante, mientras que algunos disponen y reparten inequitativamente los recursos económicos con los que se cuentan.
Pese a esta información, siempre resultará lamentable escuchar la forma de enfocarlo por diferentes autoridades educativas, sobre todo cuando se trata de explicar o entender algunas de sus consecuencias. Estas organizaciones referidas y muchas otras tanto de carácter nacional como internacional, señalan que algunas de las consecuencias de la presencia de la violencia es precisamente la deserción y el rezago escolar, dado que no existen las condiciones económicas para apoyar y sostener la formación de un alumno, así como tampoco las condiciones psicológicas para poder estudiar. Sin embargo, para muchos de los que trabajamos en escuelas y que nos toca percibir y presenciar la violencia que sufren los alumnos, nunca hemos podido escuchar a algunas de estas razones como las principales causas del abandono y alejamiento de las aulas por parte de los alumnos. Al menos en el Estado de México, los discursos son constantes y apuntan siempre a la misma dirección: el maestro es el principal responsable de la deserción y el rezago.
En Psicología decimos que es más fácil responsabilizar a otros de nuestros errores, buscar culpables que me permitan minimizar la angustia y mi incapacidad para enfrentar los problemas que con nuestras decisiones hemos provocado. Eso es cómodo, pero enfocarlo jamás permitirá cambiar o erradicar el error, ya que el primer paso para enfrentarlo es reconocerlo.
Pero históricamente los chivos expiatorios han sido de utilidad: señalar a alguien desviará no sólo las miradas y la atención, sino también permitirá ver cómo se llevan a cabo acciones contra el villano construido, atacándolo de una forma violenta, pero justificada eso sí. Los últimos sexenios encontraron en el maestro a lo que se consideró sería un excelente chivo expiatorio, paradójicamente no se desviaron ni la atención ni las miradas. Es tiempo ya de buscar a otro chivo entonces… o por fin reconocer las raíces del problema.
*Maestro en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx