Vacaciones 2024

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los niños salen de vacaciones para volver a ser niños: dedican todo su tiempo a jugar.
Pero a diferencia de otras generaciones, su diversión es solitaria y digital. No necesitan acudir al zoológico para asombrarse de los elefantes; pueden ver cien videos de la vida salvaje (cosa que indiscutiblemente agradecen los elefantes) en su hábitat (o lo que de eso queda) natural.
Tampoco les apetece ir al cine ni al futbol. Todo eso pueden verlo en la red. Ni siquiera se quedan con ganas de ir a McDonald’s: el rappi les trae la cajita feliz (que además contiene una hamburguesa). Son niños globalizados recluidos puertas adentro de sus casas. Viven en jaulas intercomunicadas a través de barrotes digitales. Para ellos, el mundo es audiovisual. No huele ni sabe ni se toca; sólo se ve y se oye en la pantalla de su tablet.
El futbol se juega con los pulgares con que oprimen los botones del control remoto. Sus amigos son los adictos a los videojuegos, de edades inciertas, al otro lado del planeta. Ganan y pierden. Sólo se apartan de la pantalla con los gritos de la madre que los obliga a cenar. A veces ni eso. Son vacaciones y las pocas reglas se pueden exceptuar.
El departamento del Infonavit se sublima en Instagram. La abuela hace visitas virtuales. Sus mimos son breves, cursis, distantes.
Los padres que no pueden encargarlos para acudir al trabajo, los encierran con doble llave y bendiciones, sopa Maruchan e internet con datos ilimitados.
Así, los niños aprenden a estar solos, usar con responsabilidad el microondas y romper los candados parentales.
Son niños que estimulan su libre albedrío mediante la elección de películas con restricción y páginas prohibidas. Se licencian como hackers con la perseverancia de la soledad y el estímulo de los pixeles.
Se expresan con lenguaje de palabras básicas y oraciones sin subordinar. Sus mensajes son pictográficos, monosilábicos y egocéntricos.
Los otros son rivales de futbol Fifa o Fortnite, gente cuyos rasgos físicos están definidos por un avatar.
Se trata de niños que no hablan ni les hablan más que para lo indispensable: acudir a la cena, sacar al perro, apagar la tele…
Las vacaciones representan ese paraíso donde la eternidad consiste en no parpadear frente al monitor, el entumecimiento de los dedos y el tránsito de la luz del sol a la negrura de la noche a través de la ventana sin cortinas.
Y las tormentas intermitentes del verano, sin nadie para compartirlas.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx

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