Teuchitlán
Jorge Valencia*
El crimen organizado ha depurado su logística de reclutamiento mediante campos de adiestramiento matriculados con ingenuos. Los jóvenes (tal vez hombres y mujeres, tal vez adolescentes) acuden desde distintos puntos del país en busca de empleos atractivamente, falsamente remunerados. Las autoridades suponen que la captación ocurre a través de las redes digitales y el contacto se da en las terminales de autobuses.
Aunque se desconocen los detalles de la operación (si los jóvenes, una vez ahí, permanecen con engaños o amenazas o incluso por su propia voluntad), lo cierto es que los capacitan para prescindir de compasión. Quienes no se gradúan en el terror, pagan con la propia vida. Los que sobreviven se licencian en delincuencia. Hallaron restos de decenas, tal vez cientos de personas según los fragmentos óseos y la ropa, credenciales y hasta cartas de despedida escritas con el puño y letra de los condenados.
El campo de exterminio se descubrió en septiembre; la noticia se hizo pública en marzo. ¿Durante esos seis meses se siguió una pista? ¿Se persiguió a los delincuentes? ¿Por qué se difundió después de medio año?
Las preguntas son retóricas en un país donde el asesinato está normalizado y la desaparición forzada, casi nunca esclarecida.
Ante un intrincado sistema de corrupción, el seguimiento de los crímenes sólo admite una lógica deductiva: la delincuencia actúa con impunidad y contundencia, quizá bajo el contubernio de las autoridades municipales. Basta recuperar las cifras de los asesinatos de candidatos durante la última contienda electoral para sacar conclusiones. El crimen es una industria rentable y voraz.
¿Nadie vio nada raro en Teuchitlán? ¿Camionetas, sicarios, muchachos…? ¿No se oyeron balazos, gritos, alborotos? ¿No se olieron los humos negros de los hornos de la quemazón de los cuerpos humanos?
Cuesta trabajo creer que nadie vio, oyó, olió ni intuyó nada. El infierno se soslaya con la facilidad de lo que no se quiere saber. Ni la sociedad civil ni las autoridades prestaron atención a lo ocurrido ahí durante semanas, meses, años. La mafia también controla las conciencias.
Nuestro país atraviesa una crisis no sólo de seguridad, sino de moral. Su reconstrucción tardará mucho tiempo en reiniciarse, y eso si las autoridades consiguen demostrar que la maldad tiene consecuencias: la persecución y la cárcel.
Mientras tanto, los mismos jóvenes ingenuos que pagan la perversidad con su propia vida apuestan a la suerte de una vida breve, pero dispendiosa. Morir joven, pero en la opulencia. Con el poder de un arma de fuego y la impunidad para romper todas las reglas.
Teuchitlán demuestra que el infierno no es una abstracción ni un mito; es un municipio de Jalisco.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]
También es responsabilidad de las autoridades educativas, ya que los maestros, directivos y demás solo se preocupan por el bienestar económico, no ponen nada de su parte por er rescate de valores y mucho menos, concientizar a la sociedad, necesitamos cambiar las reglas y hacer más responsables a padres de familia, maestros y autoridades en general.