Teorías y prácticas de aprendizaje

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

El maestro Osman, al describir a su discípulo Hasan Celebi, apunta: “lo quiero como a un hijo, incluso más, pero no lo admiro en absoluto. En su niñez y en su primera juventud, como he hecho con todos mis aprendices, le pegué bastante con los mangos de los pinceles, con reglas y hasta con algún leño, pero no es por eso por lo que no lo respeto. Porque también le pegué mucho con la regla a Cigueña, pero a él sí lo respeto. Al contrario de lo que se cree, las palizas del maestro no acordaban a los duendes y al demonio del talento que tiene en su interior el joven aprendiz, sino que sólo los suprimen temporalmente. Si es una buena paliza, y merecida, los duendes y el Diablo surgirán de nuevo y estimularán en su trabajo al ilustrador que se está formando. En cuanto a las paliza que le di (…), lo convirtieron en un ilustrador dichoso y obediente” (Orhan Pamuk, Me llamo rojo; 2009: 386). El pasaje citado de la novela del premio Nobel de literatura de 2006 muestra a la vez cuáles eran las prácticas que favorecían ése y otros docentes, y confiesa que no necesariamente logran lo que se espera de ellas. Los efectos de las palizas no inhibirán el espíritu creador de los aprendices, aunque lograrán probablemente hacer que los estudiantes sean dóciles.
Para quienes dedicamos buena parte de nuestras horas de vida a la enseñanza formal, es importante reconocer que todos aprendemos fuera de los contextos de una intencionada guía para acelerar, asegurar o prolongar los aprendizajes. Es decir: fuera de las aulas y las escuelas, los humanos y muchos otros animales aprendemos otras varias habilidades. Por lo que las teorías que solemos aplicar a nuestras prácticas en las instituciones escolares no alcanzan a explicar ni predecir lo que aprendemos fuera de esos ambientes (relativamente) formales.
Aprendemos muchas cosas aunque no tengamos la intención de aprenderlas; a la inversa, hay cosas que no logramos aprender o nos cuesta mucho esfuerzo aprender, a pesar de nuestras buenas intenciones de aprenderlas. Así, aprendemos algunas prácticas sociales que contradicen algunas enseñanzas escolares. Si en la escuela insistimos en ser honestos, por ejemplo, en la vida más amplia encontramos que las prácticas en contra de la honestidad se premian e incluso se promueven. En la escuela insistimos en que debemos citar las fuentes de nuestros escritos o declaraciones verbales (incluso con afirmaciones como: “me lo dijo mi abuela” o “lo supe por determinado medio de información”), mientras que en la vida fuera de al escuela habrá quien presente como propias ideas que copió (breve o en extenso) de otras personas. La teoría de que ser deshonestos conduce a consecuencias negativas, ¿tiene entonces efectos únicamente dentro de la escuela? ¿O la teoría de que la deshonestidad tiene efectos positivos para quien la ejerza, sea dentro o fuera de al escuela, es de mayor alcance y es deseable comportarse en la escuela como se haría en otros contextos fuera de ella?
Golpes, palizas, castigos, regaños, reportes, visitas con las autoridades escolares, ni siquiera las sentencias de los jueces o las visitas (cortas o prolongadas) a las cárceles suelen ser suficientes para que lo aprendido se olvide y sea sustituido por otros aprendizajes. Como señala el maestro Osman, “los duendes y el Diablo surgirán de nuevo”, lo que es otra forma del dicho aquel que hacía referencia a que los perros que comen determinadas sustancias que no se consideran alimenticias, lo seguirán haciendo aunque les rompan el hocico. Una vez aprendida una manera de resolver los problemas, parece poco probable que los seres vivos estemos dispuestos a aprender otras alternativas.
Por otro lado, los premios y alabanzas como consecuencia de nuestras buenas acciones o al ver que se les conceden a otras personas, no resultan directamente en que aprendamos las acciones que nos permitan acceder a más de esas consecuencias positivas. En buena medida, la escuela se encuentra con incentivos y formas de inhibir los comportamientos que son similares a los que existen en la realidad más amplia de actuación de sus aprendices, pero con esfuerzos que a veces van a contracorriente de lo que sucede fuera de ella. La misión “civilizadora” de la escuela suele contradecir muchas de las cosas que aprendimos en nuestros primeros años de via. Ya no vendrá alguien a alimentarnos si llamamos con llanto a los cuatro vientos; ya no podremos resolver las cosas con sólo apuntar o hacer algún otro gesto o dar señales ambiguas de nuestras necesidades. Ya no lograremos nuestros propósitos con golpear al niño, a la mascota o a los adultos más cercanos para que dejen de molestarnos, nos presten atención o se quiten de nuestro camino.
Aparte de los primeros aprendizajes civilizatorios en el contexto doméstico y del barrio, la escuela formaliza el aprendizaje de lo deseable en un contexto de acuerdos que no necesariamente son los dominantes en la sociedad en la que se ubica. La escuela, por más que tengamos evidencias de que lucha en una constante batalla que parece que perderá, ofrece alternativas de comportamiento respecto los demás. Por más que veamos que hay gente que resuelve sus problemas a balazos o con otras estrategias violentas, la escuela y las reglas de convivencia requieren que se realicen acuerdos verbales y legales. Lo que no coincide con las prácticas de las que somos testigos en la vida real o de lo que nos enteramos en las noticias respecto a las relaciones entre grupos o entre gobiernos en este mundo contemporáneo.
Las teorías del aprendizaje, formal o no, tienen limitaciones dados determinados contextos y condiciones. Dado que las teorías están constituidas por abstracciones acerca de cómo funcionan determinados fenómenos y procesos, la teorías educativas reflejan observaciones de cómo aprendemos y qué es lo aprendido. Por otra parte, existe también una “teoría” de lo que es deseable aprender de parte de determinadas sectores de la población, a determinadas edades y en determinadas ocupaciones u oficios. “En teoría”, si pasamos por la escuela básica tenemos determinadas habilidades en nuestro repertorio, aunque también es verdad que los cambios tecnológicos relativizan muchas de las habilidades que distintas generaciones tenemos disponibles. Las nuevas generaciones quizá no saben mucho de lo que nosotros supimos, al igual que en la actualidad las generaciones tienen habilidades a las que nunca accedimos en nuestros años de formación. No sólo el “cómo” se aprender, sino “qué” se aprende reciben distintos énfasis en distintas épocas y son objeto de observación y sistematización en distintos contextos espacio-temporales. Así, mientras en algunas disciplinas se fomenta que los estudiantes tengan un pensamiento científico, en algunas otras se promueve que se reproduzca el pensamiento dogmático. En algunas ocupaciones se enfatizan las habilidades de persuasión, en otras las del respeto a la verdad y la honestidad. En algunas se enfatiza la ganancia, en otras el servicio y la solidaridad…

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Eduardo Enrique Zetina Bautista

    Comprendo que también es verdad que los métodos de enseñanza se han modificado de acuerdo a las necesidades y a la comprensión que tenemos de nuestra realidad y es en la institución educativa otra de las instituciones donde interactúan individuos con distintas características, es aquí donde a veces pareciera que más que desarrollar los saberes, es aquí donde se desarrolla e impone el pensamiento hegemonico pero como bien lo menciona, aunque existan estás represiones también es cierto que no lo harán por siempre, después de todo así como hay daberes y capitales que son funcionales en campos específicos también es verdad que fuera de esos campos y con el pasar del tiempo cambia también la eficacia de la represión en dicho campo

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