Teléfonos

 en Rubén Zatarain

Rubén Zatarain Mendoza*

Imposible pensar las relaciones humanas y la comunicación oral sin la herramienta de la comunicación oral ejecutada a través del teléfono.
Las relaciones sociales, la vida económica y financiera, y en general, los intercambios entre las personas y las empresas son muy distintas a aquellas del último cuarto del siglo XIX, cuando un 10 de marzo de 1876 Alejandro Ghraham Bell realizó la primera llamada por teléfono a una distancia experimental de 30 metros, a una habitación contigua donde se encontraba Watson, un colaborador.
Tres días antes Graham Bell el británico, nacionalizado norteamericano, fiel a la propiedad intelectual pragmática estadounidense había patentado su invento.
La revolución científica, la revolución tecnológica con otro de sus avances extraordinarios.
Pasarían dos años (13 de marzo de 1878) para que durante uno más de los períodos gubernamentales de Porfirio Diaz, se realizará la primera llamada telefónica en la ciudad de México a una distancia de 18 kilómetros, entre los puntos de conexión.
La vida en los hogares, la vida en las calles y en general en todos los ámbitos sociales, ha vivido una transformación cualitativa por la presencia de este medio de comunicación, la percepción de la realidad y la gestión de las relaciones humanas en lo cotidiano se transformaron para siempre.
La distancia y el tiempo real se acortaron, la imaginación y la subjetividad se estimularon a través de la voz y la palabra, años más tarde también la fotografía, la imagen y el video.
El cruce imparable de voces constante en un metaverso de individualidades en parlamento interminable en todas las direcciones.
Desde el México porfiriano en proceso de modernización hasta el país de la red de Teléfonos de México (fundado en 1947), privatizado en el sexenio salinista, hasta los grandes empresarios nacionales de las telecomunicaciones como Carlos Slim, el país se ha constituido de personas con una interminable necesidad de hablar, lo que incuba un gran negocio “privado” constituido por una masa de usuarios en crecimiento constante con millones de interacciones todos los días.
El sujeto y su necesidad de comunicar, la economía de los consumos y el crecimiento geométrico de la riqueza de los dueños.
La rentabilidad económica de un servicio que discrecionalmente pasó de las manos del Estado a manos privadas en el caso de México.
Nos hemos hecho muy dependientes del teléfono y nos hemos constituido en una generación mucho más practicante del habla, téngase o no mensaje que comunicar.
Ante la realidad de un mundo interrelacionado y cada vez más codependiente el pingüe negocio de las empresas dedicadas a la prestación de los servicios de telefonía.
Ante un mercado creciente de usuarios de marcas y de modelos, de consumidores de los avances en tecnología, el millonario negocio de las empresas fabricantes de teléfonos móviles; los basureros de chatarra tecnológica.
El teléfono y la crisis del encuentro dialógico, de la interacción cara a cara.
El teléfono y la suplantación del abrazo y la presencia, la virtualidad de la existencia, la economía del tiempo y la brevedad prepago, el flujo de los enlaces telefónicos y la impostación de los sentimientos e invisibilidad de la comunicación no verbal y paraverbal.
El uso y abuso del teléfono, el marcaje de los tiempos y movimientos de las personas, el río revuelto de autenticidades y actuaciones.
La expresión oral y el bastón psicológico en el que se transforma el aparato telefónico en las manos, la sensación de sublimación de soledades, el hablante en soliloquio emocional en tiempo real.
La jerarquización de las necesidades como el testimonio de aquel joven ansioso y desesperado por la ausencia del servicio de Internet, cuando el huracán Lidia colapsó los servicios básicos como las vialidades, electricidad y agua en Puerto Vallarta.
La jerarquía de necesidades propuesta por Abraham Maslow a la que habría que actualizar con las necesidades básicas de la comunicación o el miedo a la soledad y el aislamiento.
La búsqueda desesperada del otro, al otro lado del auricular; años antes, la espera de las cartas de largos días, abreviada después por la economía de una llamada telefónica.
Discar y marcar los números, el rin ring, el hola de respuesta esperada, el esquema de estímulo respuesta emocional a que el esquema de condicionamiento estudiado por Ivan Pavlov que en materia de diálogo humano, habría que agregar nuevas subcategorías en esta era de pseudoconcreciones de realidad socioemocional.
La fila de espera en las casetas telefónicas pueblerinas, los latidos del corazón, las lágrimas o las condolencias que viajan por el “cable”, las casetas de calle de tarjeta o aquellos teléfonos de pared que funcionaban con 20 centavos.
La nostalgia por aquellos días, el museo del “echame un cable” o “espere nuestra llamada”. Los mensajes y propuestas que cómo algunas gelatinas “cuajaron”. Los mensajes y mentiras que como otras gelatinas se diluyen y se pierden en el espacio sideral de lo inexistente.
El advenimiento de la era de los teléfonos celulares hasta llegar al punto donde estamos. Con una oferta de marcas, modelos y casi todos colgados o pegados (incluso los niños y niñas) a las redes satelitales o de fibra óptica.
Los géneros y el uso y abuso de los teléfonos. La arqueología de las relaciones humanas en la familia, el trabajo y en la escuela, las ventas, las extorsiones, la evangelización y servicios religiosos que se modernizan y hasta hacen política, los políticos y las coordinaciones de campañas electorales, los programas de radio y televisión en mixtura de inocuidad con las llamadas de radioescuchas y televidentes.
El debate pedagógico sobre regular o prohibir el uso del teléfono celular en casa y escuela.
El teléfono celular y la oferta cultural y el impacto en los educandos y su sano desarrollo intelectual y emocional.
Los maestros y las maestras tolerantes, los maestros y las maestras intolerantes, las adicciones a los teléfonos celulares.
Las cajas de zapatos en escritorio del director o del docente donde se resguardan aquellos aparatos de recolección matutina y vespertina. Las distracciones en clase.
El teléfono digital y el comportamiento social de las personas en parques, calles, negocios y restaurantes.
“50 pesos de recarga y medio kilo de tortillas” solicita el ama de casa en la tienda de abarrotes.
La angustia que provoca perder de vista el celular, el mundito que se derrumba para quien lo extravía.
Pensamiento y lenguaje, pensamiento y habla, el potencial formativo de la oferta de redes sociales que tendría que rebasar la intencionalidad de entretenimiento y mercado de consumo.
El teléfono que cosifica el comportamiento social. La vulnerabilidad y la atmósfera de valores que introyectan los niños, niñas y adolescentes.
El acceso a los teléfonos y la conectividad, la confección de otras formas silenciosas de reproducción de las inequidades.
El debate sobre la prohibición del uso y abuso de los teléfonos en aulas y escuelas.
El derecho a la información y el mar de desinformación.
Los contenidos sin regulación y el acceso indiscriminado, el monopolio del uso del tiempo de infantes y adolescentes, tiempo caro y necesario para el desarrollo de estructuras intelectuales y habilidades sociales importantes.
Los teléfonos y la convivencia humana, los teléfonos celulares y los medios de sonido e imagen que reproducen.
La historia de la tecnología y la aparición del teléfono, los hacedores y beneficiarios desde el mismo Graham Bell, la vigilancia necesaria en el proceso de descolonización cultural en ciernes, el impacto social, económico y cultural; el desafío de formar la autonomía de niños, niñas y adolescentes.
Las voces educadoras, el necesario pensar y construir conocimiento sobre el uso racional del teléfono.

*Doctor en educación. Profesor normalista de educación básica. zatarainr@hotmail.com

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