Sucede todos los días
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Cuando te dicen que no debes preocuparte por determinado problema que has de enfrentar, hay quien argumenta que eso sucede todos los días o que “es normal” o que a todo mundo debe sucederle en algún momento de la vida. Ese llamado a la resignación por ser mal de muchos no significa que sea deseable lo que te sucede. Ni que deba ser parte de la vida de las personas que se enfrentan a esas situaciones.
Así, en el mundo mueren miles de personas todos los días y la medicina y la tecnología se han esforzado por retrasar el momento de la muerte y por mejorar la calidad de vida de las personas. El argumento de que todos los días hay muertes infantiles o muertes por determinadas afecciones, condiciones o accidentes no ha sido suficiente para que simplemente nos encojamos de hombros y nos resignemos a que la muerte le suceda a gente desconocida o conocida, o a nosotros mismos. Que la gente sufra todos los días no significa que no debamos hacer algún esfuerzo por reducir la cantidad de personas que sufren o del sufrimiento en cada una de ellas. La cantidad absoluta y las proporciones relativas de acontecimientos desfavorables para las personas están entre nuestros planes de intervención en el mundo. Desde la pregunta de cómo reducir a cero la cantidad de personas desaparecidas, de muertes violentas por armas o atropellamiento, de personas a las que se obliga a abandonar un país por carecer de papeles de ciudadanía o permisos para trabajar, la cantidad de personas con infecciones o con determinados padecimientos, nos planteamos también lo deseable que resulta que algo ya no suceda todos los días o que ya no le acontezca a tantas personas. Hay cifras de acontecimientos que también suceden todos los días y no siempre nos queda claro si es algo que deseamos que suceda o no, con la frecuencia o a la cantidad de personas a las que les acontece. Así, no siempre sabemos si una determinada cifra de matrimonios o de divorcios es cosa buena o es indicador de algunos otros procesos; ya sea de los matrimonios como expresiones de mayor amor o de mayor interés a falta de seguridad social en determinada sociedad o los divorcios como expresión de mayor aburrimiento o de mayor conciencia ante las oportunidades que ofrece la vida una vez alejados de otras personas.
Para quienes son admitidos o rechazados o expulsados de determinado programa escolar o de determinada institución educativa, no siempre tenemos un parámetro para saber que, eso que sucede todos los días, es algo bueno o no para los involucrados. ¿Ser admitidos en determinadas escuelas resultará en beneficios para los individuos y para las instituciones? ¿Ser rechazados o expulsados redundará en un deterioro o en una mejora en las vidas institucionales, familiares o institucionales? Aunque no tenemos idea de qué puede suceder después de esos momentos decisivos, como en el caso de las parejas que se establecen, se restauran o se terminan, las vidas estudiantiles y profesionales, asumimos, son mejores si las personas permanecen más años en las aulas que si permanecen menos.
Así, consideramos un problema si los estudiantes abandonan la escuela o si docentes talentosos y dedicados dejan de ofrecer sus cursos. Para las instituciones implica que los esfuerzos encaminados a metas específicas de aprendizaje y formación queden truncos. Los estudiantes que abandonan la carrera antes de completar los cursos o de titularse representaron un costo que no rindió todos los frutos socialmente esperados. Algunos no podrán ejercer legalmente su profesión, en el sentido de que ejercerán sin los certificados que reconocen que aprendieron lo que su profesión dicta en determinados parámetros institucionales y profesionales. Ese tipo de sucesos los reconocemos como parte de los que suceden todos los días y que quisiéramos que no se suscitaran, como las muertes violentas, las desapariciones de personas, los accidentes letales, las balaceras.
Habrá acontecimientos cotidianos que haremos lo posible para que perduren: estudiar y esforzarnos por aprender algo diferente cada día, generar relaciones saludables y evitar aquellas nocivas, promover y estimular el aprendizaje y la reflexión en los estudiantes de nuestros cursos. Ojalá eso no sólo suceda todos los días, sino varias veces y en varias ocasiones de la vida diaria. De tal modo, esperamos que en vez de que el abandono escolar se dé todos los días, se reitere el esfuerzo de docentes y de estudiantes por mejorar las condiciones de la sociedad y el mundo que nos rodea.
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor-investigador en el Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com