Su sana…

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Cuando la mejor estrategia para prevenir el contagio del coronavirus consiste en guardar distancia de un metro y medio con respecto a los otros, la sugerencia presidencial del “detente” adquiere una dimensión escatológica. De canon.
La única garantía para no equivocarse es nunca haberlo intentado. La reclusión ascética del mundo como política sanitaria, no tiene pierde.
Si la esencia de la civilización es la unidad social (etimológicamente, el “civilizado” es el que habita la “ciudad”), como la forma de supervivencia más eficaz, la garantía existencial consiste en la dispersión del ser entre la comunidad: convertirse en uno de tantos. Como las parvadas o los bancos de peces.
El yo es dable.
La pandemia provoca una profunda reflexión de lo que somos, más allá de la crisis. De los logros culturales y tecnológicos que hemos alcanzado y de los límites que nos comprimen.
La ciencia como el conjunto sistemático de lo que sabemos, demuestra nuestra carencia fundamental: aún no podemos dejar de morirnos.
El contagio es una consecuencia de la vida gregaria. Antes fue la gripe española, la viruela, la lepra, el herpes… En los otros está nuestra salvación y nuestra condena. Si el yo es dable, el nosotros admite su negación.
La solución fácil es la soledad. La vida eremita. Los monjes de claustro evitan la contaminación del exterior (del “siglo”, se decía) mediante gruesos muros de piedra y la sublimación de sus pasiones a través de la mortificación y la fusión con Dios. La oración sustituye la relación carnal, los vínculos laborales, la preocupación por lo inminente.
En las últimas semanas nuestra fortaleza interior se ha puesto a prueba. El internet es el hoyo negro del aquí y ahora que permite estar en otro lugar sin la obligación de prescindir de la piyama. La ciudadanía es virtual. Nuestros vínculos sociales se restringen a un texto y a una imagen. Nuestra identidad es gráfica y gramatical. Como el poema de Jaime Sabines o la foto de Garrincha. Somos el inconsciente colectivo con los puentes levadizos alzados.
De un tamaño menor al átomo, un virus puede provocarnos tal espanto. Los demonios danzan en torno de nuestras certidumbres: aún con un porcentaje mortal menor al diez por ciento, huimos y nos resguardamos bajo la prudencia de la cobardía. No queremos ser esa estadística.
La sana distancia es una estrategia que nos salva la vida a partir de la deshumanización. La barbarie (cosa contraria de la “civilización”) nos regresa la esperanza: nos evita la posibilidad de la muerte.
El “WhastsApp” es nuestra botella al mar. El “rapi”, nuestro heraldo. Nuestra mujer y nuestros, hijos, el único universo posible. Entre las cuatro paredes de la inmunidad, vivimos nuestro histórico naufragio. La humanidad ha evolucionado en islas intercomunicadas por nubes de humo y pirotecnia.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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