Sombreros
Jorge Valencia*
Los sombreros son el disfraz con que ocultamos los defectos de nuestra cabellera.
Sólo lo prefieren los calvos, los que padecen tiña o caspa y los que albergan faunas vergonzantes alimentadas por el descuido.
En la Francia de los Luises, combinaban la extravagancia de los sombreros con pelucas excesivas y maquillajes para eludir el agua y el jabón y muchas veces, también, los insecticidas.
Se prefieren en los climas fríos, donde la cabeza requiere de abrigo ante la lluvia o la nieve. Por distintas razones, también en climas cálidos, como un recurso de la sombra. De ahí su nombre: “sombrero”: el “dador de sombra”.
Hubo épocas donde la calidad del sombrero definía la clase social de los usuarios. Y hasta la cultura, debido a los materiales y los estilos. Los campesinos chinos se distinguen por el sombrero cónico elaborado con fibras vegetales. Simple y efectivo (y muy feo). A partir de Mao, la gorra ceñida con visera sustituyó al sombrero tradicional y uniformó a los simpatizantes de la ideología comunista.
A partir del “grounge”, la adolescencia globalizada puso de moda la gorra de beisbolista al revés. O peor aún: de lado y sin calzar del todo. Como una expresión del dejo de sí de la subcultura posexistencialista que los raperos llevaron al extremo.
Los beisbolistas usan la gorra para evadir el encandilamiento y asir con eficiencia la pelota.
Los vaqueros del viejo oeste distinguían sus maldades por el tipo de sombrero que les cubría (o les advertía) las mañas. El sombrero hacia atrás significaba un estado de ánimo completamente distinto al ladeo sobre una ceja: servía para apuntar la pistola y para amedrentar a los enemigos.
La cultura norafricana recurre a gorros ceñidos que sólo quedan bien sobre pelambre reducida. La greña hirsuta prefiere la libertad, el aire y los piojos.
La ley recurre a las gorras como sino de autoridad. Los soldados ingleses portan un sombrero cuyo propósito es compartir las postales y desmayar a sus usuarios.
Los mariachis usan sombreros de bisutería que sólo sirven para quitárselos en actitud histriónica cuando los versos que cantan así lo licencian. Es un recurso cinematográfico.
En el Chavo del Ocho, Kiko, don Ramón, el Profr. Jirafales, doña Cleotilde y el propio Chavo usaban sombrero para definir su personalidad y que los televidentes pudieran elegir sus simpatías. A doña Cleotilde nadie la tomaría por cuerda. La Chilindrina no llevaba sombrero porque era una niña cualquiera. El sombrero particulariza a la gente: anuncia que el sombrereado es alguien especial, aunque se trate del mismo sombrero que otros repiten por moda, por idiosincrasia o por temor al cáncer de la piel.
El mejor sombrero es el del mago. Aparece conejos y esconde las culpas.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]