Solidaridad y convivencia
Miguel Bazdresch Parada*
La solidaridad humana es una moción, una actitud, la cual conduce a una acción o serie de acciones en favor de alguna o algunas personas (o un ente social) en situación de necesidad. Tal moción puede suceder en cualquier momento, quizá causada por una intuición, la cual alerta sobre una situación cuyas características urgen una respuesta.
Un ejemplo típico de solidaridad es la acción, la actitud de ayuda a una persona suscitada por la situación provocada por la inminente posibilidad de una caída al suelo o por el hecho consumado de la caída preanunciada. Este ejemplo es una acción solidaria momentánea, quizá repetida en otro momento, la cual anuncia la realidad de esa moción de ayuda y de colaboración. La llamamos solidaridad.
Esa moción puede suceder, y de hecho sucede, por causa de una situación compleja, la cual puede requerir de esa actitud un tiempo largo y estar afectada entre varias personas, incluso numerosas. Se suscita antes de la vida social cuando las decisiones o los sucesos inesperados producen en el seno de esa vida en sociedad consecuencias graves en las relaciones entre personas o grupos de esa sociedad.
Ahora, sea la situación inesperada de una caída al suelo, o sea el trabajo necesario para conseguir una meta importante junto con un grupo numeroso de personas, la solidaridad surge cuando la relación inicial se acerca a un vínculo, ya sea sencillamente humano o sea fruto de una tarea colectiva, decidida para y en búsqueda de un objetivo valioso para todas las personas y aun para la sociedad amplia en la cual habitamos.
Conviene hacer notar que la índole de la solidaridad no es una relación incondicional. Se trata de una coincidencia desde una ayuda (levantar/cuidar al caído; ayudar al colega; colaborar con el compañero) hasta la realización conjunta de un proyecto, sencillo o complejo, con otras personas con las cuales se coincide en un propósito social, económico, político o cultural o en una actividad para conseguir un objetivo tan sencillo o complejo como pueda ser. La índole de la solidaridad, entonces, es una relación vinculada a los actos necesarios para conseguir un logro común.
Un ejemplo de vínculos solidarios presente–ausente en nuestras sociedades es la convivencia (convivialidad, según Illich) o modo de ser mediante el cual, por ejemplo, nos solidarizamos para compartir cómo pensamos, trabajamos y creamos juntos para emprender un proyecto, para atender una situación, para expresar entre nosotros coincidencias o diferencias en nuestros modos de hacer y pensar, sin obligarnos a seguir lo que otros señalan como diferente o mejor a lo que pensamos y hacemos. Si convivimos, surge el respeto, el cuidado, la confianza y la colaboración, aun cuando no pensemos igual.
La educación, sobre todo la inicial y la primaria, es clave para propiciar la convivencia, esa conversación común para expresar con otros nuestros puntos de vista o modos de hacer y pensar, los cuales, vistos y considerados con los demás, nos dicen quién piensa cómo y… aprendemos a valorar el pensar de cada uno al tiempo que todos y cada uno valora lo que los demás piensan o hacen. La diferencia respetada y valorada nos permite la convivencia sin pensar y hacer todos lo mismo.
Los primeros años de vida y de escuela, al mismo tiempo que la familia y la sociedad, son claves para cultivar el modo de ser convivial, pues se presentan mil y una oportunidades de apreciar el pensar y creer de cada uno al tiempo de reconocer el pensamiento de otros y valorarlo porque vale lo mismo que el mío, a pesar de ser diferente si es el caso. Hoy en muchas de las actividades escolares se impone la idea establecida, lo cual suscita obediencia y, a veces, rebeldía, que no ayudan a comprender el convivir. Así, tenemos un reto: Aprender a convivir para gestar una sociedad convivial, ágil, colaborativa, respetuosa y creativa.
*Doctor en Filosofía de la Educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). [email protected]