Ser joven en México: entre muertes, sueños rotos y un brazo levantado
Marco Antonio González Villa*
Las últimas décadas nos han dejado claro que ser joven, en nuestro país, implica vivir en un constante peligro y en una incertidumbre en relación a su futuro. Las fechas recientes nos obligan a recordar a los estudiantes muertos en el 2 de octubre del 68, así como a los 43 normalistas de Ayotzinapa. Pese a la distancia en tiempo entre ambos eventos, es claro que no le importó al gobierno aplicar la justicia en contra de quienes cometieron tales atrocidades: nunca hubo castigo para los responsables y se consideró, en actos y no en discursos oportunistas, insignificante la vida de jóvenes.
El documental “Antes de que nos olviden” de Matías Gueilburt, que se enfoca a recopilar testimonios de personas que perdieron familiares durante la guerra contra el narcotráfico que emprendió Felipe Calderón, en éste muestra como muchos adolescentes y jóvenes representaron un alto porcentaje de las vidas pérdidas y sacrificadas en esa lucha en la que se han perdido infinidad de batallas. Familias de distintos estados del país han pedido justicia, pero nadie ha respondido a su súplica.
Durante el presente sexenio han sido constantes y frecuentes las noticias en las que se reporta a jóvenes ejecutados, estudiantes asaltados y muertos, mujeres adolescentes y jóvenes violadas y asesinadas y no se ha hecho nada para prevenir ese tipo de crímenes. Algunos han levantado la voz, pero para el gobierno son sólo susurros que después de un tiempo dejarán de hacer ruido.
Además del riesgo permanente, los jóvenes de ahora viven una Reforma Educativa que no garantiza, ni ofrece, ni promete, mucho menos asegura un trabajo digno y estable, por lo que tendrán que vivir en una lucha encarnizada con otros de su generación por demostrar quién es el más competente, aunque sólo sea por un tiempo contratado. Estamos contemplando a generaciones de jóvenes ya que no recibirán ninguna jubilación cuando hayan alcanzado la vejez y tendrán solamente lo poco que hayan podido ahorrar durante toda su vida laboral. Pese a ello, ¿aún no entendemos porque para muchos ha dejado de ser significativa la escuela? Es evidente que ya no es el sueño de muchos, porque no se puede soñar con realidades como las que hemos referido: el hambre y la necesidad son en ocasiones malas consejeras y pueden pesar más que la promesa de una escuela o de un maestro.
Pese al entorno y las circunstancias adversas que están sufriendo, fueron muchos de ellos los primeros que levantaron la mano para ser solidarios y apoyar en la desgracia. No tuvieron que verse forzados a brindar la ayuda, fue algo inmediato y voluntario, a diferencia de otros que se gastan nuestros recursos. Tenemos entonces los maestros la fortuna de trabajar con alumnos que nos llenan de orgullo ¿cómo les decimos, a personas con esta calidad humana, que su esfuerzo no es garantía de un grandioso futuro porvenir?
Es tiempo entonces de cuidarlos y generar las condiciones para que su futuro deje de tener un panorama y perspectiva desalentadora en el mañana, porque uno como quiera ¿pero y los jóvenes? Ya lo sé, aquí es cuando viene nuevamente ese común silencio incómodo de nuestros dirigentes. Que bueno para ellos que nunca fueron jóvenes ¿o sí? No lo creo, de ser así pensarían más en la juventud de México.
*Maestro en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. antonio.gonzalez@ired.unam.mx
Un artículo sumamente acertado Maestro y los que ya pasamos la juventud pero ahora trabajamos con ellos, tenemos que enseñarles a creer en ellos y a seguir luchando por lograr sus metas, por recordarles constantemente que son un punto fácil de atacar pero a la vez, son el bono de la nación para un México más fuerte. Felicidades
No mezclemos movimientos sociales o antisociales con movimientos telúricos.