Segundo partido
Jorge Valencia*
En la derrota mexicana 2-0 dentro de la Copa Mundial de Futbol, el argentino más determinante del partido fue el Tata Martino. El entrenador de nuestra selección consiguió hacer realidad lo que todos intuíamos desde antes de iniciar el torneo: que terminaríamos perdiendo contra Argentina. Para que la acuña apriete…
Con una formación táctica que nunca habíamos empleado y un agotamiento épico que no podríamos sostener más de media hora, los nuestros no consiguieron el 0. Pacomemo resultó mortal. Bastaba uno en contra para obligar lo que no sabemos hacer: meter goles. No pudimos contra nuestra propia naturaleza.
Sólo faltan unos días para cumplir la profecía del sentido común: éste será nuestro peor Mundial en 30 años.
Que la abrumadora afición hacia el deporte no encuentre un equipo que gane en tanto tiempo de pretenderlo, significa que quien controla las decisiones no está a la altura de las ambiciones.
Lo demuestran analógicamente los equipos de Canadá y de Estados Unidos, que han sido capaces de inventar el gusto entre el público y producir jugadores que son estrellas de Europa y les incomoda perder. Nuestra cultura, en cambio, sufre la humillación con el decoro que concede la resignación y las explicaciones de carácter estético. En futbol, nuestra mejor cancha es la opinión. Derrochamos más de lo necesario para erigir programas televisivos donde las causas de la derrota se discuten con elaborados argumentos del pensamiento crítico. Podríamos encuadernar tratados de por qué perdemos. Los motivos ulteriores apuntan siempre a la idiosincrasia y la fatalidad. Nuestro futbol se encuentra en los lindes de la tragedia griega. No ganamos por culpa de los dioses.
Visto así, la Federación a cargo de la conducción de nuestras selecciones procura persuadir a las deidades mediante la contratación de entrenadores nacidos en el Olimpo. O cerca. En cuatro años, el argentino Tata Martino cobró lo que un país pequeño gasta en educación anualmente, para dar el resultado más vergonzoso según las aspiraciones planteadas. Antes de Estados Unidos 94, nadie esperaba mucho de nuestra selección. En 7 Mundiales al hilo, sin contar Qatar, nuestros jugadores han demostrado que bien entrenados pueden ser capaces de ganar si los planetas se alinean de nuestro lado. En Qatar, el Tata se encargó de destruir este principio con alineaciones caprichosas y planteamientos timoratos que alguien podría montar sin saber nada del juego. Contra Argentina llegamos una vez a la portería rival. Contra Polonia, tres.
Cumplimos cuatro partidos en dos Mundiales sin meter un solo gol. Se interpreta que nuestra selección sale a la cancha con miedo de ganar o con la expectativa de que los contrarios nos demuestren su respeto con autogoles. Pero no ha ocurrido. México se cansa de jugar bien. De mostrar disciplina para ejecutar las ocurrencias del entrenador en turno. De sobresalir por la cantidad de aficionados que acarrea a cada Mundial y por un grito que la FIFA considera homofóbico y nosotros únicamente chistoso, rencoroso tal vez. Somos el animador ideal. Lo malo es que nos echan demasiado pronto.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]