Ruido

 In Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Nuestra civilización ha logrado hacer del ruido el sello característico de nuestra identidad. Nuestra condición y esencia: somos los que hacen escándalo.
El silencio nos incomoda. Entre dos personas, callarse es un síntoma de confusión y decadencia. Las manos empiezan a sudar. Los ojos buscan hacia arriba una solución verbal que no aparece. Parece grosero no decir cualquier cosa. Y si no hay nada que decir, se pone música a decibeles altos, de manera que se justifique la poca conversación y se revienten los tímpanos.
Sólo en una sociedad que no quiere oírse pueden proliferar los antros.
Los “antros” son lugares donde la gente acude para observarse y procurar un lenguaje espontáneo -poco eficaz- a señas. Por su etimología, el “antro” es la cueva; los antropoides somos “los que salimos de las cuevas”. Los “antros” contemporáneos son lugares que nos regresan a una etapa pre-evolutiva donde el escándalo evita los diálogos y promueve los significados corporales. La mujer sin pareja reconoce el interés amoroso de un hombre cuando éste le roza los glúteos, en movimientos desarticulados que simulan cierto baile tecno-primitivo. El DJ sabe de estados de ánimo colectivos más que de música. Su trabajo es hacer que los asistentes lleguen al éxtasis sin necesidad de saberse sus nombres ni reconocerse la voz.
Luego conducen a casa con el Spotify del coche a volumen perverso.
En casa, los perros ladran; la reja eléctrica explora sus protocolos de bienvenida con un concierto de fierros.
Las vías del tren y los aeropuertos reducen el sonido de los pájaros y magnifican la nostalgia por el viaje en zonas residenciales que han podido mitigar los micrófonos de los repartidores de gas, pero no al adolescente de la casa vecina que ensaya guitarra eléctrica en la madrugada o al padre de familia que demuestra su jerarquía con amenazas indefinidas, gritos desaforados y clavos martillados en paredes infinitas. Las casas que comparten cimientos provocan insalubridad fonética, pero no empatía. El Infonavit ha logrado desarrollar un hábitat de desconocidos unidos por cacareos.
Las redes sociales y las plataformas televisivas permiten la divagación mental. A través de la banalidad van definiendo la oligofrenia colectiva. Hablamos para no escuchar. Gritamos para no saber. La comunicación parece una circunstancia evitable, una posibilidad siempre postergable. El meollo de la interacción humana se sustenta en la contaminación auditiva y el desinterés por el otro. La tecnología nos acerca; el ruido nos distancia. Somos una manada de solos en un bosque de sonidos desarticulados.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalencia@subire.mx

Comments
  • Mariana Soto Rodriguez.
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    Me parece una postura interesante, en cuanto al lenguaje, muy poético. Es una gran verdad la alineación de masas consiste en el uso de placebos auditivos, degustativos, visuales, eróticos, sin mediación dela conciencia crítica para los consumidores; el ruido sin la mediación de la escucha es la estrategia para el control de masas.

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