Replantearnos las concepciones que tenemos sobre educación en la teoría y en la práctica docente
Miguel Ángel Pérez Reynoso*
Hace un par de semanas asistí a un seminario en donde se debatía los retos y el escenario de la reforma educativa de López Obrador, con las intenciones y la realidad educativa del presente.
En dicho seminario hubo un colega investigador de la UAM, de nombre Isaac Reygadas, que hablaba acerca de la inercia y de la cultura del magisterio para recibir (apoyar o no) cualquier iniciativa de cambio.
En ese punto quisieras detenerme. Si bien toda iniciativa de reforma educativa tiene al magisterio como uno de los pilares más importantes para garantizar el éxito o, en su caso, el fracaso de dicha iniciativa. La situación actual dentro de la cual vivimos (sigo en el magisterio) da cuenta de un gremio, el cual vive fracturado o escindido debido a los diversos proyectos de la historia reciente que han influido negativamente en su interior.
Las concepciones pedagógicas e ideológicas de los maestros sirven como marco de referencia, para legitimar una forma particular de práctica educativa, un compromiso con el entorno y con la comunidad en donde se inserta cada escuela. Sí, pero también podemos ver con relativa facilidad, que la cultura magisterial ha dado lugar a formas muy desfavorables para el presente: el chambismo, el arribismo, los liderazgos mesiánicos que a nombre de la izquierda han capitalizado todo tipo de negociaciones con fines personales; en todo ello, la cultura del charrismo sindical ha generado mucho daño, yo diría más bien la in-cultura del SNTE, ha minado la cultura auténtica del magisterio. Lo que tenemos hoy en día es la resistencia estructural ante todo iniciativa de cambio, toda reforma es mal vista, venga de donde venga, llegue de donde llegue.
Hay un factor cultural que es lo suficientemente potente y que se coloca en el trasfondo del problema, toda iniciativa de reforma debe entenderse en sus justos términos, develando las intencionalidades últimas. En la actual hay dos elementos muy importantes que deberán ser aprovechados por los propios docentes:
a) El respecto a la autonomía docente y a las distintas iniciativas periféricas surgidas de las necesidades de contextos específicos y de las comunidades ligadas con las escuelas.
b) La confianza que se tiene a los docentes, su trabajo y su capacidad de responder profesionalmente ante los desafíos y las exigencias del entorno.
Estos dos elementos deben ser aprovechados a partir de la gestación de un proyecto ambicioso de largo aliento que coloque en el centro: a la democratización plena de la escuela, del sindicato y de la sociedad en ese orden. Tal vez, los distintos personajes que están a favor del proyecto educativo de López Obrador deben ser más claros y explícitos en sus propuestas y aspiraciones, si bien, la iniciativa de reforma no está regulado por un modelo directivo en donde todo ya está hecho, cocinado sólo para revisarse y acatarse. Los márgenes de maniobra para los docentes, en este nuevo campo de tensión –o como diría Bourdieu– campo de fuerza sobre la base de la autonomía docente pueden no ser bien entendidos.
Con esta reforma se recuperan metodologías participativas y contendidos relacionados con la educación popular y comunitaria. La gran pregunta que surge después de largos años de devastación magisterial es la siguiente: ¿los maestros y maestras de México estaremos preparados para dar ese gran salto que significa tomar en las propias manos de la reforma y hacer de ésta una iniciativa valiosa, que vaya acorde con los intereses de los propios maestros y de la sociedad a la que sirven?, el escenario está claro, pero todo parece que se define con una moneda lanzada al aire.
*Doctor en educación. Profesor–investigador de la UPN Guadalajara, Unidad 141. [email protected]