¿Quieres título? Demuestra tu saber

 en Luis Rodolfo Morán

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

En la tradición de los oficios solía haber jóvenes que se entrenaban en las habilidades básicas de un quehacer al contratarse como aprendices de quienes tenían más años y práctica. Los maestros artesanos (herreros, zapateros, alfareros, curtidores, entre otros) se convertían así en patrones y en guías del aprendizaje de los jóvenes aprendices. Después de un tiempo de realizar las operaciones básicas, estos jóvenes en formación podían asumir tareas y responsabilidades más complejas. Hasta que, una vez avezados en los secretos y los trucos del oficio eran capaces de independizarse y ser maestros por sí mismos.
La idea no ha cambiado mucho. En las universidades suele haber un montón de maestros que tienen ya experiencia probada en sus disciplinas y que se convierten en los docentes de quienes quieren iniciarse en esas lides. Así, los estudiantes, aprendices de diversas profesiones, se deben ajustar a las exigencias de los maestros para demostrar no sólo que son capaces de seguir instrucciones sino también de superar sus propios productos. Cada vez hacerlos mejor y con requisitos más complejos y demandantes. Pasado un tiempo, esos estudiantes obtienen una licencia para ejercer la profesión por sí mismos, sin la supervisión directa de sus maestros.
Esa licencia se refleja en un título universitario. Han dejado de ser aprendices y pueden dedicarse a la profesión con relativa autonomía. Si están en instituciones que requieran de su labor profesional es probable que la autonomía se vea limitada por la necesidad de coordinarse con otros profesionales de áreas similares, pero la responsabilidad de cada uno de ellos no deja de ser significativa. Ya sean ingenieros, médicos, psicólogos, abogados, existen normas a seguir y estándares a cumplir. Así que la autonomía, dentro y fuera de las instituciones está limitada por esas convenciones de la profesión que los obligan a respetar sus códigos y sus exigencias mínimas o máximas.
Si en la época de los aprendices de oficios bastaba con demostrar habilidades prácticas, en el siglo XXI se ofrecen a los aspirantes a profesionales una serie de opciones que van más allá de escribir una tesis en la que se argumente cómo resolver determinado problema que el mismo aspirante debía idear y plantear. Ya no se trata sólo de un documento de revisión de literatura y de resolución (relativamente original) de un problema empírico. Es posible también demostrar el saber tras un periodo de ejercer sin título y luego redactar lo que se aprendió en ese lapso de trabajo profesional. En contraposición, hay quien obtiene el título que supuestamente certifica su saber al haber acumulado excelentes calificaciones en cada una de las asignaturas de su periodo de aprendiz. Una opción es realizar un examen en el que los “sabios” de la profesión plantean determinados problemas, teóricos o prácticos, para que el aprendiz que aspira a la maestría profesional exprese o construya sus respuestas y demuestre que, en caso de encontrarse con problemas similares en la vida fuera de la universidad, será capaz de resolver.
En todo caso, la vida profesional, incluso con el título ya bien instalado y exhibido, les volverá a plantear el reto de la fábula: “Hic Rhodus, hic salta”. Es decir, si de verdad sabes, no te remitas sólo al título que lo certifica: demuestra que puedes resolver estos problemas específicos, aquí y ahora.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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