¡Pelea, pelea!

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Nayelli y Adriana, actualmente profesionistas exitosas, cuentan que su tránsito por la secundaria les sirvió para aprender a defenderse. No son precisamente las asignaturas que solemos llamar académicas las que se convierten en el principal foco de atención de muchos de los estudiantes que llegan a ese nivel “medio-básico” (¿será que no es completamente básico?, me pregunto). Algunos estudiantes están en proceso de descubrir sus reacciones ante las demás personas de su entorno: su manera de sonreír, de manejar el lenguaje, de lucir su conocimiento de ciencias y prácticas culturales, sus capacidades físicas y deportivas, su forma de vestir o de lucir con un estilo particular incluso la ropa que les uniforma.
Las emociones, vinculadas a un desarrollo físico y hormonal que contrasta con el desarrollo de la infancia y de los años de la escuela primaria, comienzan a reconocerse y expresarse. Hay infatuación por docentes y estudiantes. Habrá en la secundaria quien exprese su admiración por las docentes que explican adecuadamente asignaturas que a otros les resultan indiferentes u odiosas. Habrá profesoras preferidas por su trato a los estudiantes y algunos harán lo posible por hacerse notar y conseguir la especial consideración y hasta la amistad de profesoras y profesores. Se formarán camarillas de amigos entre estudiantes y surgirán algunas parejas que pueden durar horas, semanas o hasta años. Conservo, por ejemplo, el contacto con un excompañero de escuela que, en las vacaciones entre sexto de primaria y primero de secundaria se hizo novio de una compañera del otro grupo… y siguen juntos como felices abuelos.
En esta evolución de la atención hacia lo social y lo sexoafectivo, no sólo surgen amistades, sino también rivalidades; algunas de ellas, ciertamente, a raíz de la necesidad de establecer grupos de referencia y de pertenencia. Se generan camarillas que compiten en el aula o en las canchas, y en ocasiones se generan desencuentros entre compañeros de escuela, de aula o de nivel, porque más de alguna estudiante o algún estudiante atraen a un par de actuales amistades y (quizá) futuras enemistades. La aspiración a ser mejor amigo o tener el papel de novio o novia a quien se exprese más y mejor amor, desencadena en ocasiones en enfrentamientos a golpes.
Algunas de esas invocaciones a la “¡pelea, pelea!” (que suena a la vez a sustantivo que anuncia el acontecimiento y a imperativo para los involucrados) se desencadenan por esas rivalidades crispadas, aunque no todas ellas. Menciono el caso de un enfrentamiento reciente en las inmediaciones de una secundaria pública de Jalisco, que derivó en que uno de los involucrados atacara e hiriera con una navaja a un estudiante. El joven herido pasó algunos días en el hospital civil y, según las notas periodísticas, no se explicitaron motivos para el ataque, aunque algunos estudiantes achacaron la agresión a una rivalidad por los afectos de una estudiante de la escuela cercana.
Hay una hipótesis respecto a la violencia entre los humanos que remite a nuestra incapacidad de detectar, expresar y manejar nuestras emociones y nuestros sentimientos. En algunos casos, según esa conceptualización, las emociones explotan en acciones de agresión contra la persona o el grupo (o categoría de personas) que se perciben como generadoras de nuestras frustraciones. En el caso de hace algunos días, la agresión podría asociarse a la frustración de no verse favorecido con la amistad o la atención o el contacto con la supuesta estudiante.
De ser cierta esa motivación y la posibilidad de que en el acto se expresara un conjunto de emociones y frustraciones, podría ser válido el principio que reza “cherchez la femme” (busca a la mujer) y éste podría complementarse con otra de las motivaciones posibles: “follow the money” (sigue el dinero). Podría pensarse que las agresiones entre estudiantes e incluso las autoagresiones en determinadas épocas de nuestras vidas escolares pueden estar asociadas a esa búsqueda de identidad y de expresión de afectos cuya frustración puede encauzarse hacia la agresión. Surge la pregunta de en qué medida nuestras escuelas nos preparan para un comportamiento cívico y a la vez para el manejo y comunicación de nuestras emociones de maneras asertivas y oportunas, en vez de dar lugar a la agresión dentro de instituciones que desearíamos más seguras para la convivencia sana.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor-investigador en el Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Víctor Manuel Ponce

    Ciertamente la escuela, los docentes no saben qué hacer, aún más no le entran por temor a los protocolos de actuación que la SEJ les ha impuesto

  • Graciela Bravo

    Todos las decenas de protocolos que se tienen que aprender los maestros, dan lugar a la poca preparación cívica, impide el actuar del docente y el miedo a equivocarse de paso o saltarlo, las consecuencias son duras incluso peligrosas y perder su trabajo, en el pero de los casos ir a dar a la cárcel, si que está pesado el trabajo en la docencia

  • Graciela Bravo

    Fe de erratas “en el peor de los casos’

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