Nuestro universo inmediato

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

A punto ya de cumplir 102 años, el filósofo Edgar Morin (nacido el 8 de julio de 1921) afirmó en uno de sus libros que las “leyes” que la ciencia ha descubierto para el universo pueden asumirse como verdaderas sólo para ese universo. Afirmación que le permite luego reflexionar acerca de qué tan estable es el universo que esas supuestas leyes describen y predicen. Los científicos estudian al universo bajo determinadas condiciones; así, los fenómenos que los científicos estudian en un determinado momento, cuyas dimensiones y alcances describen, registran y reportan, pueden variar de tal modo que, cuando otros científicos las observan, el universo ya no es el mismo universo. Así que tratar de generalizar los hallazgos descritos a otros ámbitos podría ser un intento fatuo de utilizar analogías que no siempre se ajustan a las realidades descritas. Las leyes de la ciencia reduccionista que critica Morin son simples afirmaciones relativas acerca de una realidad mucho más compleja de lo que nos atrevemos a afirmar. Para él, “la ciencia occidental es una elección sobre una forma de mirar al mundo y de comprendernos a nosotros mismos y que lleva implícitamente una serie de dogmatismos, ataduras y carencias” (citado en este artículo de 2012 de Ricardo Guzmán Díaz: https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1607-050X2012000300010).

Hace unos días, mi hermana Hilda me comentaba que la manera de registrar y cantar la música en el mundo se ha ajustado a cánones europeos que no necesariamente se escuchan en la música que los humanos practican en sus vidas cotidianas. La práctica de la música no se ajusta a las prescripciones de los profesionales de esa área, al igual que, en nuestras vidas, hacemos lo posible por resolver problemas sin seguir, ni leer siquiera, los instructivos que existen para esas áreas en donde ejercemos nuestras actividades. Cantamos, percutimos o generamos sonidos como nos da la gana, por más que quizá habrá quien trate de registrar esos sonidos en un pentagrama. Lo cual es posible, aunque quizá las cinco líneas no siempre son suficientes, como hemos visto en los registros musicales que añaden algunas porciones de líneas más arriba o abajo para representar sonidos en otras claves.

¿De qué manera los docentes hemos aplicado estrategias que todavía no estaban reconocidas como formas adecuadas y efectivas de enseñar y de aprender? ¿Cómo, en algunas situaciones, hemos querido “inventar” alguna forma más adecuada de enseñar y de que los estudiantes aprendan determinadas habilidades? ¿En qué medida nos hemos limitado porque ya existe una forma “correcta” y de eficiencia supuestamente probada para enseñar y para aprender en este universo? ¿Recuerdas ocasiones en las que algunos docentes han criticado a otros profesionales de la educación y a algunos aprendices por aplicar estrategias que no se ajustan a las “leyes” que se prescriben en las teorías del aprendizaje?

El conflicto entre la innovación y la tradición se nos presenta constantemente y buena parte de las situaciones que ahora consideramos naturales o culturalmente sancionadas son expresión de la tendencia (provisionalmente) ganadora. Cómo relacionarnos con otras personas en distintos ámbitos de actuación, qué reglas deben aplicarse en qué etapas de nuestras vidas o en determinados niveles de educación o en determinadas disciplinas son cuestiones a las que nos enfrentamos constantemente. Pensar que el universo se rige por el mismo conjunto de reglas en todo momento es un consuelo derivado de la idea de concebir la realidad como invariable. Ni siquiera en el mundo físico, nos recuerda Edgar Morin, estas leyes descubiertas una vez, pueden aplicarse para siempre. De modo que los descubrimientos en los mundos social o pedagógico tampoco podrían enmarcarse con leyes invariables. Para Morin, empero, la inconsistencia no está solo en el origen sino también en el destino de la realidad que nos rodea.

Mario Soto González sintetiza estas reflexiones de Morin en una disertación doctoral de hace casi un cuarto de siglo (1999, Edgar Morin Complejidad y sujeto humano, Universidad de Valladolid): “no sólo estamos condenados a ser mortales, sino también a no alcanzar la perfección en ningún orden y, además, a guiarnos siempre con leyes y normas no absolutas ni estables. Desde el punto de vista de la ciencia sólo cabe anunciar la perdición, el “evangelio de la perdición”, o sea, paradójicamente la buena noticia de que estamos perdidos (lo que deriva en la) exigencia ética de ‘esperar contra toda esperanza’ y apostar por la vida, por más que la conciencia/evidencia de la muerte se presente siempre”.

Esta incertidumbre pretende resolverse, para muchos, con afirmaciones dogmáticas como aquellas que señalan que “la música sólo puede ser representada según determinados cánones” establecidos de una vez y para siempre en la música académica europea o “los objetos físicos sólo se rigen por determinadas leyes en las que se establece cómo han de relacionarse entre sí”. Sin embargo, como ya hemos visto en el desarrollo histórico del conocimiento, las leyes que podríamos concebir como inmutables para la física, han resultado cuestionadas por otras perspectivas. La llamada “revolución copernicana” re-ubica las leyes de lo que sucede en el planeta a partir de concebir a nuestro planeta como un satélite más de un sistema en el que se plantea la centralidad del hombre en un universo que, habrá que reconocer, no necesariamente se rige por una conciencia divina construida a imagen y semejanza de la perspectiva humana.

Cuando nos encontramos con prescripciones respecto a cómo se debe enseñar determinada disciplina, es frecuente que el conjunto de normas se considere ya establecido de una vez y para siempre. Sin embargo, eventos como la pandemia o como la actual sequía y ola de calor (dentro y fuera de nuestro país) han ayudado a cuestionar nuestras realidades y los ciclos de las estaciones en el planeta. El universo ya no funciona como funcionó hace algunos meses o años e incluso hacemos esfuerzos por evitar que se repitan los fenómenos que les dieron origen. Cotidianamente, en la docencia y en la asistencia a clases de millones de estudiantes, nos ajustamos a la doble esperanza de que el mundo siga existiendo y, al mismo tiempo, de que exista de una manera diferente a la que existió en un pasado. Nuestro universo, esperamos, será diferente de la manera en que fue hace unos años. A veces basamos esa esperanza en que habrá continuidades en la idea de progreso que nos ha regido durante siglos; a veces, cuestionamos esa idea de los largos ciclos en la historia y quisiéramos establecer revoluciones en nuestras realidades inmediatas.

Nuestro universo inmediato parece regirse por el constante conflicto entre fuerzas cambiantes, leyes inmutables, deseos de progreso, proyectos revolucionarios, relaciones complejas entre intentos de volver al estado original y propuestas de salir de las relaciones tradicionales entre quienes habitamos este universo. Individuos y grupos nos esforzamos por aprender nuevas realidades y por encontrar mejores maneras de enseñarlas; por mostrar el camino, como sugiere la imagen de los “grandes líderes” populares, al mismo tiempo que por cuestionar las tradiciones. ¿Debemos seguir enseñando y aprendiendo según estrategias que se consideran probadas, o debemos cuestionar la eficacia de los modos de enseñar y de aprender hasta el momento como grandes errores pedagógicos? En diversas disciplinas, ya sean artísticas, científicas, técnicas, prácticas, continuaremos en el conflicto constante entre lo que “debe” y lo que “podría” ser, frente a una realidad que, suponemos, “es”, pero cuya imagen sólo ajustamos a los instrumentos y conceptos con los que la analizamos. Quizá la apuesta más segura estará en promover el conocimiento y la pedagogía multidisciplinaria e interdisciplinaria, para analizar y para aprender acerca de nuestras realidades próximas y posibles.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara.rmoranq@gmail.com

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