Nosotros

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

“Nosotros” es un pronombre benévolo que incluye a once futbolistas que nos representan. Lo decimos con orgullo cuando ganamos; con vergüenza, cuando no y con resignación por lo que no podemos.
“Nosotros” se refiere a un equipo de futbol que nos da raras satisfacciones, pero por el cual sentimos una entrañable esperanza. La de ganar. Tiene cierto sabor a milagro por lo que, en realidad, no creemos. Pero queremos creer.
Los once son nuestra identidad. El color de la camisa que compramos y portamos como se porta la piel: con quemaduras y raspones. Con devaluación, inseguridad, falta de justicia social.
Son los que brincan al césped. Calientan con balones de fantasía y pases imposibles. Rostros de suficiencia y chistes que no se saben desde las gradas. Apenas y calientan. Los señalamos con el dedo como a los héroes de una guerra épica. Sabemos su origen y exaltamos sus virtudes: son los nuestros.
Los once (que a veces incluyen “naturalizados”) cantan el Himno Nacional con profundo sentimiento patrio. En ocasiones, en posición incorrecta de saludo; en otras ocasiones en colectivo abrazo incorrecto, también, o en posición de descanso (también incorrecta). No importa: somos ésos.
Con un colombiano y un argentino, pero somos ésos. Los de verde.
Luego de nuestros versos y nuestros gritos de guerra, rezamos oraciones que fortalecen nuestra fe. Esta vez sí ganaremos, nos convencemos desde la tribuna y vociferamos vivas y jaculatorias. Los cronistas se suben al globo. Los niños sueñan que son ellos.
El juego empieza bajo santiguaciones y miradas al cielo. El “chiquitibúm” de los feligreses. La ola desabrida. El “sí se puede” como un mantra.
Nosotros somos más chaparros que los otros. Más flacos. Menos certeros. Más “limpios” (con menor oficio, más “sacatones”, menos determinados).
Cuando no nos asustamos, jugamos bien. Ponemos un tiro al poste. Varios acercamientos sin tino. Los otros nos meten un gol. Nos obligamos a ir con todo. Nos desordenamos para ir al frente, con enjundia y sacrificio. Corremos más que los otros. Damos más pases (perdemos la mitad) y tiramos a gol desviado.
Los nuestros defienden de a dos por cada uno de los delanteros rivales. Corremos mucho. Metemos pierna con timidez y lealtad. Atacamos en bola: a base de balonazos que no llegan a nuestros atacantes o con “paredes” que no fructifican más allá de acercamientos.
Cuando jugamos mejor, nos meten el segundo gol.
Nuestro entrenador consulta a sus auxiliares. Metemos otro “nueve” y sacamos un medio. Ahora tenemos cuatro arriba, pero nadie que les ponga un pase preciso. Nuestros defensas patean pelotazos cínicos, a donde caigan. Nuestros delanteros agachan la cabeza y tiran patadas. Nos expulsan al mejor.
Volvemos a perder. En el mejor de los casos, sacamos un empate insuficiente.
Nuestro destino es perder.
Nos da tristeza. Los niños lloran. Pero sabemos que un día cambiarán las cosas. Compramos la nueva camiseta y prendemos otra vez el televisor.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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