No hay dinero que alcance

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Si hay algo abstracto y siempre presente en la vida humana son dos de sus creaciones: el dinero y la filosofía. Como ya sabemos, el dinero sirve para muy poco: quizá para hacer joyas o como expresión artística de quienes diseñan los papeles u otras bases materiales para expresar un valor del que el dinero es un símbolo. Y la filosofía, afirman los filósofos profesionales es eso “con lo cual, sin lo cual o por lo cual, siempre quedamos tal cual”. En su obra Filosofía del dinero (originalmente de 1900; aunque la más difundida es la edición de 1907), el berlinés Georg Simmel (1858-1918) afirma que el sufrimiento humano se refleja con la mayor plenitud en este símbolo: a través de la constante escasez de dinero de la que sufre la mayor parte de las personas. Así, el dicho en inglés de “if money were not an object” (si el dinero no fuera un objeto/un obstáculo) suele anteponerse a la propuesta de sueños, deseos, planes o programas para explorar lo que el deseo propone pero que la escasez de recursos limita. Lo que hace que buena parte de nuestro filosofar esté relacionado con el dinero, por más que es un símbolo del intercambio entre productos de uso más directo que las bases sobre la que se expresa un valor de cambio. Es tal la influencia del dinero en nuestras vidas que nos preocupamos más por amasarlo que por acumular experiencias, relaciones saludables o logros no cuantificados en términos de finanzas. Solemos decir que podemos identificar a una persona exitosa en su vida por la cantidad de dinero y otros recursos (incluida la mano de obra y el tiempo ajenos) que ha logrado administrar. Y si es desde una edad temprana, más se admira su éxito.
El mismo Georg Simmel señala que “el mérito moral se logra sólo por el sacrificio de bienes inferiores aun cuando sean muy tentadores, y es mucho mayor mientras más seductoras sean las tentaciones y más completo y difícil sea el sacrificio”. En su razonamiento señala que “cada valor se logra por el sacrificio de algún otro valor”. Así, añadiría yo, que la miopía de quienes prefieren el dinero fácil o la corrupción para hacerse de recursos, tiene menor mérito moral que la visión a largo plazo de quienes realizan sacrificios de tiempo, recursos, trabajo, en aras de lograr determinados proyectos. En este sentido, quiero retomar la propuesta que suele hacerse en el sentido de que debe invertirse más dinero en educación si queremos un mejor país, con generaciones más educadas y con mayores méritos para la colaboración social.
Dado que el dinero es un símbolo de una abstracción respecto al valor relativo de diferentes productos o servicios, la inversión en educación no puede concebirse tan sólo en términos de dinero. Podría pensarse en términos de tiempo y de rendimiento de los esfuerzos que se realizan orientados al aprendizaje y a la enseñanza, además de lo invertido en la infraestructura en torno a la cual se realizan esos esfuerzos. Sin embargo, esta misma concepción del dinero como omnipresente, nos ha ayudado a utilizarlo como una medida de lo que cuesta hacer las cosas. Cuando se habla de porcentaje del Producto Interno Bruto o de los miles de millones que hace falta invertir en infraestructuras, consumibles y sueldos de los involucrados en determinada actividad, específicamente de la educación, tenemos un parámetro que concebimos “objetivo” para comparar rendimientos entre lo invertido y el rendimiento que nos da. De alguna manera, acuñar monedas, imprimir billetes o alguna otra forma de expresión de que un estado, individuo, grupo o poder local se compromete a respetar determinado valor a través del cambio de manos de ese símbolo, nos ha ayudado a trabajar con abstracciones en vez de prometer en términos de horas de trabajo o de cantidad de material que se utilizará.
Cuando se compara el porcentaje del PIB o la cantidad de millones de unidades monetarias que invierten en educación gobiernos específicos, otras organizaciones o incluso familias, estamos reconociendo al dinero como un estándar respecto al valor de lo que implica la educación. Incluso la OBLIGACIÓN de utilizar dinero, impuesta por los gobiernos refleja de qué manera el dinero es también una forma de concretar el poder de determinados agentes para regular los intercambios que antes se hacían entre productos y servicios de manera directa.
El argumento que quiero defender es que, en esta época de alta inflación, tanto los trabajadores en general como los docentes en particular, nos hemos enfrentado a la reducción en el poder adquisitivo de nuestros ingresos monetarios y, por tanto, la medida en términos de dinero significa que las cantidades no equivalen a lo que era posible lograr en otros momentos o en otros espacios. Hemos de reconocer que la mediación del dinero nos sirve para dar cuenta de cómo en determinadas épocas hemos de trabajar más horas para lograr la cantidad de alimentos, bienes o servicios que antes nos costaban una cantidad menor de tiempo de trabajo. Lo mismo sucede con la infraestructura y equipamiento de las instalaciones escolares. Y, paralelamente, con los esfuerzos que han de realizar las familias y estudiantes para alcanzar metas económicas y educativas. Si los precios de los productos y servicios han aumentado, significa que los esfuerzos para conseguirlos han de ser más prolongados que en otros momentos o que en otras generaciones.
Si el dinero nunca es suficiente para lograr todos los planes individuales y familiares que nos proponemos, cuando pensamos su aplicación a la educación de generaciones enteras, hemos de considerar que, aun cuando la cantidad de dinero que se invierte actualmente sea mucho mayor que hace algunas décadas, el rendimiento en términos de los logros puede ser bastante limitado. La cantidad de sacrificios de otros proyectos para lograr continuar los esfuerzos en la escuela no es tan fácil de medir. Sin embargo, Simmel nos da una idea respecto a qué valores dejamos de promover cuando la gente sólo puede enfocarse en resolver valores más básicos como la vivienda, el transporte o la alimentación, en vez de tener visiones para un futuro social e individual a más largo plazo.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor-investigador en el Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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