Ni tan preparados ni tan esperanzados

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Hay un dicho entre los angloparlantes que especifica: “preparados para lo peor y esperanzados en lo mejor” (prepared for the worst, hoping for the best). Los regresos a las aulas en distintos países y en distintos niveles en semanas recientes podrían servir de ilustración de los preparativos realizados desde distintos papeles frente a los procesos pedagógicos. Algunos de nosotros estamos involucrados en más de una función. Aunque no necesariamente participamos en todas esas funciones, tenemos cierta idea, aunque sea meridiana, de lo que esperamos que hayan realizado los demás. Antes de llamar a las aulas o de acudir a los llamados de las autoridades, hemos pensado en cuáles serían las condiciones por las que sería relativamente seguro asistir a espacios en los que redujéramos las distancias que nos separan de las demás personas.
Hemos aprendido que los fluidos de las otras personas pueden ser fuente de contagios. Aunque es algo que ya sabíamos desde antes de la pandemia, las cepas de los virus que se han hecho mundialmente conocidas en meses recientes nos han crispado la conciencia de la necesidad de alejarnos de los contagios. Ya sabíamos, por ejemplo, que besar a nuestra pareja o a nuestros hijos podría tener como consecuencia adquirir no solo los agentes patógenos sino también los anticuerpos de los que esas personas fueran portadoras. Lo que también sabíamos, en especial desde la irrupción del Virus de Inmunodeficiencia Humana en los años 80 del siglo pasado, es que conviene ser sensatos y utilizar barreras para impedir la transmisión de fluidos de una persona a otra. Nos enteramos incluso de casos de transmisión de los virus desde madres embarazadas a su descendencia en el útero, a través del flujo sanguíneo.
En el caso del virus causante de la COVID-19 (SARS-CoV2) ha sido estudiado con especial atención en cuanto a sus efectos en grupos de edad, condiciones previas, género y otras variables como tipo de sangre, alimentación y otros factores que podrían ser condicionantes para la gravedad o letalidad de la enfermedad. Efectivamente, se ha encontrado que el virus puede ser transmitido de la madre embarazada al feto, aunque es más frecuente que se asocie con los partos que ocurren dentro de las dos semanas posteriores a la infección. Nos enteramos que los grupos de edad hospitalizados han cambiado, en parte por el hecho de que aquellos que se consideraban los más afectados recibieron prioridad en la vacunación. Son ahora los jóvenes y las personas no vacunadas quienes se han visto más afectadas por el virus.
En la estrategia de regreso a las aulas, pareciera que no todas las instituciones escolares cuentan con niveles y calidades similares de información. O que no todas cuentan con la misma capacidad de preparación. Mientras que en algunas escuelas en el mundo y específicamente en el país, se ha podido desinfectar las aulas, se ha dotado de agua y jabón y otras medidas de desinfección a las instalaciones escolares y se han establecido protocolos para la interacción entre padres, estudiantes y docentes, ello no ha sido así en todas las escuelas. Por eso, algunas no han reabierto sus puertas o han tenido que volver a la cuarentena tras un breve periodo en el que se detectaron algunos casos entre sus usuarios.
Algunas de las escuelas han optado por esquemas “híbridos” que permiten que algunos estudiantes y docentes estuvieran en las aulas, mientras que otros presencian los cursos todavía desde sus pantallas. Al menos es la suposición, pues si antes de la pandemia y los costos que ha implicado, ya había un claro abismo tecnológico en hogares y escuelas para distintas áreas geográficas y de clase social, ahora que sigue vigente la emergencia sanitaria las distancias no se han logrado cerrar. Así, en algunas instituciones educativas no se puede garantizar el funcionamiento de internet, lo que implicaría que sería impracticable la modalidad híbrida en sus cursos.
Una preocupación que sigue latente refiere a las condiciones sanitarias de los lugares de tránsito y de las unidades para el transporte del personal y los estudiantes de diversas instituciones educativas. ¿Hay condiciones que garanticen que el autobús en el que trabajadores y estudiantes llegan a las escuelas está desinfectado con la regularidad y profundidad adecuadas? ¿Qué las áreas comunes y los lugares por los que pasan o en los que comen se ajusten a las medidas para reducir los contagios? Según parece, hay algunas instancias menos esperanzadas y más preparadas que otras, y algunas con tan escasas medidas que reflejan estar más esperanzadas que preparadas.

*Doctor en ciencias sociales. Departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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