Neurodesarrollo, experiencias y pandemia: ¿cómo se trabaja?
Marco Antonio González Villa*
Hablar con docentes de diferentes niveles educativos, desde preescolar a profesional, me llevó a reflexionar y pensar en torno a la forma en que se ha abordado y subsanado el desfase en el neurodesarrollo que sufrieron muchos y muchas estudiantes durante la pandemia, lo cual parece ser enfocado de forma limitada, dado que el aprendizaje no es, ontogenéticamente hablando, suficiente.
El cerebro, durante su desarrollo a lo largo de la vida, experimenta diferentes cambios, siendo la gran mayoría de ellos benéficos psicopedagógicamente y/o de adaptación funcional al entorno; hay momentos específicos, cambios y experiencias concretas que favorecen este desarrollo.
Uno de los cambios más sorprendentes y maravillosos que tiene el cerebro es la conocida plasticidad cerebral, que se define como la capacidad biológica inherente del Sistema Nervioso Central para experimentar cambios adaptativos estructurales y funcionales en respuesta a demandas del ambiente vinculadas al aprendizaje. Hay tres grandes tipos de plasticidad: 1) plasticidad independiente de la experiencia, que se da de forma natural, por genética, y que no precisa acción alguna de la persona; 2) plasticidad dependiente de la experiencia, de carácter ontogenético, particular y que dependen directamente de experiencias de las personas, se mantiene durante toda la vida, salvo por algún tipo de daño o deterioro neurológico; y 3) la plasticidad como capacidad para recuperarse de una lesión, siendo ésta una de las más espectaculares y deseables. Teniendo claro que el neurodesarrollo es potencialmente posible durante toda la vida, mediado por el ambiente, hay momentos específicos e importantes, los periodos críticos y los periodos sensibles, en donde el ambiente tiene un impacto mayor para la emergencia de nuevas conductas, así como para el mismo neurodesarrollo de manera funcional en infantes y adolescentes, por lo que la falta de estimulación puede alterar diferentes funciones.
¿Cómo cuáles preguntarán algunos? El neurodesarrollo funcional cognitivo contempla procesos como la percepción visual, la memoria y las funciones ejecutivas; los últimos dos, tienen una relación estrecha con la maduración del lóbulo prefrontal por cierto. Volviendo entonces al punto: problemas de memorización limitarán la adquisición de conocimientos, así como a las estrategias de codificación de información, la memoria episódica, la memoria procedimental, la memoria de trabajo y el lenguaje. Por su parte, la alteración de las funciones ejecutivas impacta directamente en dos tipos de capacidades: 1) las directivas, como son la capacidad de planificar, organizar, establecer objetivos, monitorización de la conducta, solución de problemas, inhibición, memoria de trabajo y flexibilidad cognitiva. 2) las afectivas, como son la capacidad empática, la regulación emocional, la teoría de la mente y la capacidad de toma de decisiones con componente afectivo, las cuales son habilidades necesarias para poder regular la conducta.
Después de este marco previo, vienen entonces las preguntas obligadas para la reflexión: durante la pandemia ¿quién se encargó de supervisar y trabajar las habilidades y procesos durante los periodos críticos y sensibles?, ¿existe la posibilidad de un desfase generalizado del neurodesarrollo entre la población estudiantil?, ¿adquirir conocimientos sin hábitos sólidos de trabajo favorece el neurodesarrollo?, ¿por qué cuando en los libros de educación se habla de neurodesarrollo se omite la posibilidad de alteraciones cuando no existe estimulación?, ¿la plasticidad que depende de la experiencia muestra o tiene resultados sin experiencias?, ¿la plasticidad como capacidad para subsanar una alteración o privación se puede lograr sin esfuerzo de un estudiante?
En términos estandarizados y con una idea, fantasía, de que todos tienen las mismas condiciones ambientales, siempre se cree que todo estudiante tiene un neurodesarrollo funcional; pero, desde el punto de vista ontogenético y tal como lo señaló Piaget, Vygotski y diferentes profesionales, cada individuo tiene un nivel de desarrollo diferente y no todos alcanzarán el nivel desarrollo más óptimo. Tuvimos una pandemia que impacto de manera poco funcional en el neurodesarrollo de nuestros estudiantes ¿qué estrategias se están considerando para revertir esta situación?, ¿se minimiza e ignora por completo el factor neurofisiológico en las escuelas?, ¿no se requiere aquí un trabajo interdisciplinario neurólogo-psicólogo-docente?, ¿un docente en solitario puede revertir el desfase en el neurodesarrollo de todos sus estudiantes? No respondo las preguntas ahora, dejo aquí sólo la reflexión. Vale la pena pensarlo ¿no?
*Doctor en Educación. Profesor de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. [email protected]