Narrar la educación. Educar las narraciones

 en Miguel Ángel Pérez Reynoso

Miguel Ángel Pérez Reynoso*

La vida escolar es un cuento de fantasía y de terror, al cual se accede contándolo. Las narrativas son una opción valiosa en investigación educativa (Larrosa), que permite flexibilizar la supuesta rigurosidad en el estudio de los hechos y fenómenos educativos.
Cada que ingresamos a una escuela, cada que penetramos en el corazón de sus acciones, de la trama cotidiana y del sentido que mueve todo lo que ahí pasa, ingresamos a un espacio que brinda la oportunidad de ser contado. De esta manera, Don Panchito el intendente o Doña Altagracia la persona que vende dulces y frituras al interior del plantel, tienen mucho que contarnos.
El requisito es que la gente platique de cómo nos va en la feria, es decir que visión tenemos construida, vinculada con el hecho de asistir y permanecer en la escuela. Pero también sucede como decía Georgina en una escuela bonaerense, “en mi escuela pasan cosas muy extrañas, pero ¿quién se encarga de atender eso?”
La tarea educativa es compleja, demanadante, la cual se realiza en espacios y bajo condiciones de incertidumbre, pero si no contamos con un recurso de recuperación de lo que ahí pasa, estamos impedidos y poder mejorar el dispositivo de atención para mejorar significativamente esto mismo que ahí pasa.
Como parte de la herencia cultural dentro de la cual vivimos, somos buenos para contar historias, lo hemos hecho desde la infancia, primero como receptores y luego como actores, pero esta misma habilidad no se traduce en una competencia que permita decir lo mismo o mejor pero de manera escrita.
Las palabras no son las cosas escribía Michael Foucault hace muchos años, pero las cosas que se hacen palabras si no se escriben, se pierden en el olvido o en la distorsión del sentido de los hechos.
Necesitamos al interior de las escuelas una didáctica de la libre expresión, que el pensamiento se mueva, fluya y escriba la historia que mejor guste o convenga. Necesitamos que los niños y las niñas desde muy temprano aprendan a escribir sus emociones, sus sentimientos, sus opiniones las cuales se convierten en opiniones autorizadas por el solo hecho de estar escritas.
Los docentes de ahora que reflexionan la práctica, que investigan diversas corrientes teóricas, que sustentan su trabajo, que fomentan un pensamiento crítico de sus acciones, lo hacen gran parte de todo ello, pero no son capaces de escribir, es decir, de narrar por sí mismos, todo lo que pasa en el contexto de su propia práctica.
Incluso la evaluación docente podría ser mucho más efectiva si se les pidiera a los maestros evaluados una narrativa de su práctica acompañada del significado pedagógico que tiene la propia narración.
Contar lo que pasa acompañado del hecho de reflexionar lo que se cuentan para que al final busquemos alternativas a las acciones que realizamos es parte de la metodología. El libro “Déjame que te cuente” de Larrosa y Clandinin, es muy sugerente para comenzar a habilitar a los sujetos en esta nueva metodología de indagación.
Hagamos de la vida escolar un gran cuento, hagamos que dichas historias circulen como palabras rodantes entre las escuelas, los docentes, los niños y niñas para recibir de ellos los textos que estén escribiendo.

*Doctor en educación. Profesor–investigador de la Unidad 141 de la UPN campus Guadalajara. mipreynoso@yahoo.com.mx

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