Mosquitos

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Los mosquitos nos recuerdan la incomodidad de la existencia. Su razón de ser es el fastidio. La propagación de enfermedades y del insomnio. Seres tan anodinos, increíblemente son capaces matar a más personas que los grandes depredadores del reino animal. Su ferocidad rebasa por mucho la proporción de su fragilidad. Su presencia sólo se adivina en el desquicio de sus zumbidos nocturnos. O durante las tardes de hastío. El resto del tiempo pasan inadvertidos como las horas, la vida.
Aeronautas del cinismo, chupan la sangre con una voracidad de pernicio. Navegan con obstinación para insuflar sus venenos sobre las víctimas de la modorra. Su letalidad estriba en su discreción. Un aplauso los aniquila como un homenaje inter-mortem.
La humanidad ha derrochado esfuerzos increíbles para borrarlos de la Creación. En una época cercana, el DDT parecía una solución jubilosa antes de descubrir que el remedio ocasionó consecuencias peores. El mosquito resultó victorioso en una guerra desigual.
El dengue hemorrágico debe su difusión a la constancia de los mosquitos y a la indolencia de los charcos. Nuestra ciudad explica su proliferación por la negligencia de nuestros gobernantes, quienes olvidaron la oportuna fumigación cíclica.
No distinguen razas ni credos ni edades ni sexos. Su elección se inclina hacia la inmovilidad y la sabrosura. Rondan a sus víctimas como avioncitos voluntariosos y ensartan su aguijón con la cautela del homicida. Los mosquitos se reconocen casi siempre por sus efectos: las ronchas y la fiebre.
El mejor mosquito yace en la palma de una mano, momentáneo tatuaje del picor sorprendido.
Evidencia de la evolución y la permanencia, algunos se han instalado en ámbar como sujetos de adoración milenaria. Son la demostración de la perseverancia.
Los mosquitos prefieren la noche. “Vampiritos inermes”, los definió José Emilio Pacheco. Deambulan entre la quietud noctámbula surcando el silencio con turbinas mínimas. Patas peludas, alas insistentes, aguijones ansiosos.
Son los relatores de la naturaleza que distribuyen a veces noticias funestas. Invisibles por lo general al ojo humano, nos recuerdan que somos mortales. Que enfermamos y nos morimos de muy poco: de comezón. De oídos desatentos. Y de costumbre.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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