Monstruos

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Todos le tenemos miedo a los monstruos. Se trata de un atavismo actualizado por las madres cuyos hijos no aprendieron a portarse bien. El monstruo es la versión arcaica del robachicos, hoy transformado en el cártel. Los monstruos viven abajo de la cama o en el armario y esperan a que la víctima baje los pies (o sea, se confíe en los límites de lo real). O bien, se presentan de repente y tocan el timbre, como vendedores de Biblias o afiladores de cuchillos. Prefieren la noche y la soledad de los ingenuos (son “dealers” de lo perverso). Se hacen presentes con todo su terror cuando existe algún valiente que los reta o algún incrédulo que los convoca. Casi siempre prefieren el anonimato y el mito con que se les describe a medias como seres torpes y malditos.
Todos los pueblos los configuran y los refieren. Son la némesis de nosotros mismos. Lo que vemos en el espejo y nos asusta. Son la versión rústica de nosotros. Lo que creímos superado: nosotros antes de la evolución.
Los monstruos protagonizan novelas y películas en una especie de pedagogía del temor. Dr. Jekyll y Mr. Hyde simbolizan el monstruo que llevamos dentro y aparece para sublimar lo que en nuestros cinco sentidos somos incapaces de mostrar. El monstruo es extrovertido y comunicativo. Elige el código del susto para manifestar sus intenciones y su apetencia hacia el Mal. La naturaleza del monstruo se fundamenta en el espanto.
Nos fascinan las historias de monstruos porque son una forma de catarsis. Como los sueños. Al dormir, como al espantarnos, también aprendemos. La paranoia puede curarse con un maratón de películas de zombis. La obra de Lovecraft cumple una terapia cuyo propósito es la liberación de nuestros miedos. Después de la lectura apasionada de sus historias, la vida parece más elemental.
Hay personas que pretenden calzarse disfraces de monstruos. Suelen ser locos sostenidos por el poder político, como Hitler o Milosevic. El marido que golpea a su cónyuge o el padre que reprende a sus hijos a patadas. El acosador escolar es un monstruo en proceso vocacional que hallará una vacante como esquirol de un sindicato o como cadenero de bar. O como miembro de una barra brava de algún equipo de futbol.
A veces, los monstruos se camuflan de gente normal. La luna llena o las elecciones presidenciales de un país extranjero activan de pronto la transformación. Como Mr. Hyde.
Se considera el escapulario como antídoto. Cierto tipo de música. La risa como fórmula infalible.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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