Mitológicos

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Escucho a mi hijo hablar constantemente con un interlocutor que también se divierte con el mismo videojuego en internet, mientras interactúa visualmente con la pantalla de la televisión. Porta unos audífonos con micrófono. Cavilo: con una sola de sus expresiones en voz alta, quienes fuimos niños hace algunas décadas habríamos recibido al menos una larga perorata de nuestras madres. Algunas progenitoras al menos amenazaban con lavarles la boca con jabón a sus descendientes por algunos términos mucho menos subidos de tono. Solo acierto a repetir: “¡lenguaje académico, por favor!”. El interlocutor a la distancia fue su compañero en la escuela primaria, pues la pandemia les ha impedido conocer a los otros estudiantes inscritos en la secundaria en el mismo grado.
Buena parte de ese lenguaje lo escucho también mientras mis hijos ven y escuchan y amplían su vocabulario en videos de “youtubers” de diversos orígenes iberoamericanos. Quienes repiten una serie de expresiones en un registro de lenguaje que está decididamente alejado de las normas y definiciones de las academias del lenguaje de sus respectivos países. Mi comprensión literal de esas expresiones frustra a mi hijo cuando le comento que no atino a ver cómo el contexto de las enormes embarcaciones de vela se aplica a los rivales en su juego a distancia a través de una imagen compartida en sendas pantallas. O cómo puede haber tantos personajes de diversas mitologías entre sus interlocutores y referencias sociales. Mientras hace inconscientes referencias a la “tragedia” o “quimera” de la mitología griega, el macho cabrío que muchos campesinos tenían a falta de un macho bovino, se solaza en asociar el nombre de su mejor amigo de la escuela con aquel animal al que rendían culto, al menos egipcios, griegos, lacedemonios y chinos de la antigüedad. Y de cuya hembra se conserva una importante devoción en buena parte de la India.
Intercala las referencias a partes de las embarcaciones que la literatura de otros tiempos consideraba de aventura, con interjecciones referidas a figuras ornamentales del renacimiento italiano, figuras inspiradas en la Grecia antigua y la cultura romana relacionadas con Cupido, el hijo de Venus y Marte, y asociadas con el dios Eros. Mientras tanto, mi hijo mayor me comenta que ha pasado el tiempo de confinamiento de la pandemia resolviendo la saga de una leyenda que describe a Link (“vínculo”, en inglés), luchar por rescatar a la princesa Zelda, poseedora del fragmento de la Sabiduría y encarnación mortal de la diosa Hylia. La saga tiene cuando menos diez videojuegos y mi hijo se ha convertido en un esforzado explorador, a falta de exploraciones en el barrio, la ciudad y los parajes rurales de su región de origen, de los caminos del reino de Hyrule.
El creador de esta saga, Shigeru Miyamoto (1952), reconoce que el nombre de este personaje proviene de Zelda Sayre Fitzgerald (1900-1948), esposa y heroína de F. Scott Fitzgerald (1896-1940). Esta novelista y bailarina sostuvo una compleja relación como musa (de quienes hay al menos un monumento en las alturas de las colinas de Atenas) y a la vez como tormento y atormentada de su marido, autor de la famosa novela El gran Gatsby (1925). Zelda acusó a su marido de haber plagiado porciones de esa novela de los escritos de ella en su diario y cartas.
Para muchos de nosotros, la escuela secundaria y el bachillerato fueron excelentes pretextos para explorar con mayor autonomía los confines de nuestros mundos y ampliar nuestros vocabularios y cultura literaria. Parece que las actuales generaciones de estudiantes de educación media y superior tendrán que conformarse, desde el confinamiento, con explorar a paso de buey, a veces sin entender las referencias a las mitologías precristianas y a las exploraciones marítimas del siglo XVI, los vocabularios y los territorios que les abre la conexión en red de múltiples aparatos ordenadores y distribuidores de la información.

*Doctor en Ciencias Sociales. Departamento de sociología, Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Manolo

    Habrá que checar la fecha de caducidad

  • Oso Oseguera

    Buen dato el del origen del nombre del videojuego Zelda, buena anécdota del juego entre preadolescentes. Gracias, Rodolfo.
    Abrazo

  • Luis Fernando Morán Nungaray

    Un día alguien me dijo que si permitía que mis hijos jugarán durante mucho tiempo los video juegos, no sería bueno para su desarrollo, sin embargo hoy veo que han adquirido habilidades diferentes, sobre todo en el manejo de la tecnología y la rapidez con la que trabajan en la computadora, además de que les da fluidez en lectura y práctica de idiomas, principalmente el inglés.

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