Militarización inminente

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La militarización de la policía parece inminente. O lo que es peor: la milicia asumirá la tarea que en rigor compete a la policía.
En un país donde el crimen organizado posee armamento más sofisticado que la policía y un reclutamiento más efectivo de sus compinches, no parece haber otra alternativa.
El discurso del gobierno va en el sentido de priorizar la seguridad de la gente común con el único instrumento a su alcance: el ejército nacional. Entrenado y con una lealtad profesionalizada, parece sensato.
Pero no puede soslayarse el hecho de que la facción más ruda del crimen tiene su origen precisamente en la deserción de las filas de la milicia.
Así las cosas, el sueño calderonista alcanza sus peores escenarios: militares en guerra contra exmilitares.
Las cámaras han concedido un permiso con caducidad para el ejercicio legal de la fuerza por parte de un grupo armado cuya naturaleza fue creada para pelear contra una invasión externa. El ejército asume funciones para someter a la propia ciudadanía que, en rigor, debiera defender.
Parece un argumento inocuo.
El riesgo está en la desvirtuación de sus límites y la extensión de sus excepciones.
Bajo el contexto de un desistimiento de la Suprema Corte para limitar la prisión preventiva que en la práctica significa que los jueces tienen potestad para encarcelar a quien no ha sido condenado aún, bajo ese contexto, es previsible la posibilidad de que la milicia exceda sus lindes, cometa injusticias o atente contra la soberanía nacional.
Un perro bravo no puede pasearse sin cadena.
Con esa medida extrema, el Estado alcanza la definición de totalitario. La repercusión es de principio; el peligro, latente.
En ninguna sociedad civil organizada, el ejército atiende los crímenes del fuero común. La disposición automatiza los privilegios militares donde la frontera entre lo legal y lo ilegal la dirime un modelo de organización castrense. Por lo tanto, la incivilidad alcanza el rango de lo natural. Y las leyes, la hermenéutica del fracaso.
En un país donde la gente común no puede celebrar acuerdos ni vivir dentro de los parámetros de la paz, los rifles de alto alcance se convierten en una forma de la persuasión que la heteronomía moral ha exacerbado. No existe el Derecho sin moral; ni moral sin autonomía. Las garantías individuales se restringen o disipan bajo el totalitarismo.
Un militar con un rifle supervisando la convivencia simboliza el retroceso de la sociedad. En un panorama semejante, la seguridad es un cheque al portador. Una cesión sin regreso de la libertad de todos.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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