Mi paso por la ETI 182

 en Invitados

Silvia Ruvalcaba Barrera*

 

Sin temor a equivocarme… la mejor experiencia de mi vida.

 

Última de 7 hermanos, sólo a uno, tres años mayor que yo, lo “obligaron” a cursar la secundaria. Cursé párvulos e inicié la primaria a los 8 años debido a que nos habíamos mudado del entonces “lejano” poblado de La Venta del Astillero y “perdí” un año, siempre fui niña “aplicada” pero con problemas de conducta, como lo llamaban en esa época.

Después de terminar la primaria, a los casi 14 años “decidí” que “esperaría” a cumplir 16 para encontrar trabajo en las empresas que se instalaban en la reciente zona industrial de Guadalajara. Así pasó un año, y por cosas de la vida o “Diosidencias” como yo las llamo, con las vecinas escuché de una secundaria nueva y cercana a la colonia que estaba en periodo de inscripciones y que, varias de mis amigas de la cuadra (Lourdes, Raquel y Lety) harían trámites, así que me emocioné, busqué mis documentos y fui a inscribirme, una vez que tenía el trámite realizado les comuniqué a mis papás que ya estaba en la secundaria técnica. Yo quería estar en electricidad, pero no me admitieron porque era niña y me registraron en secretarias.

Quizá por entrar a la secundaria con 15 años cumplidos, ya tenía cierta madurez psicopedagógica lo cual me facilitaba el aprendizaje, pero nunca hubiera tenido el éxito sin la institución, la excelente calidad, dedicación y entrega de los maestros fundadores de la ETI 182, el modelo educativo de la reforma de Luis Echeverría de la década de los setenta y, por supuesto, la disciplina que regía en nuestro entorno educativo.

Nuestra formación fue integral, desde educación física y artística en las que nos hacían realizar actividades físicas que fortalecían nuestro cuerpo, las áreas netamente académicas como español, matemáticas e inglés, las que nos vinculaban con el entorno y la problemática social de la época, las que nos hacían entender lo que pasaba con nuestro cuerpo, la vida y la naturaleza. Y por supuesto la formación tecnológica, que de acuerdo a la propuesta del modelo educativo nos brindaría las herramientas necesarias para incorporarnos de inmediato en el ámbito laboral, al menos para mí era la opción, puesto que yo terminaría la secundaria a escasos dos meses de cumplir la mayoría de edad.

Los dos primeros años nuestro sistema de calificación fue numérica, con base 10 y teníamos un área de orientación educativa y vocacional, las boletas eran tamaño carta, papel regular color blanco, en tercer año cambió el modelo y nuestra boleta era cuadrada, color azul, con papel seguridad, el escudo nacional como marca de agua y el sistema de calificaciones cambió a letras (E, MB, B, R y, creo, que la última era la D) ahora, 50 años después observo que mi clave escolar corresponde a mi registro federal de contribuyente.

En 1991, por requisito de trámite de Cédula Profesional, solicité un certificado de secundaria ante la Secretaría de Educación Pública y ahora, en 2023 observo que el formato fue adecuado al sistema de calificaciones por letra estuvo de acuerdo al plan de estudios de Secundaria Técnica de 1960. Y bueno, mis dieces convirtieron en letras E y por ahí apareció una MB en formación tecnológica, quizá porque siempre se me complicó la taquigrafía.

Las instalaciones de la escuela de nuestros tiempos eran muy básicas, los salones, los talleres y los laboratorios. Nos tocó retirar escombro para “habilitar” canchas deportivas, educación física, educación artística y los actos cívicos de honores a la bandera todos los lunes los hacíamos en el patio central. También, como parte de nuestra formación integral, plantamos árboles en toda la periferia de la escuela, los vimos crecer y después de muchos años que volví a “mi escuela” vi lo enorme que estaba “mi jacaranda”.

Los salones tenían una tarima de madera al frente y un pizarrón muy grande que siempre se usaba a toda su capacidad por nuestros profesores que son excelentes catedráticos, algunos ya no están físicamente, pero permanecen en mi corazón y por ello me expreso de ellos en presente. Por ejemplo, el Capitán Raúl Cataneo, nuestro maestro de matemáticas, daba unos saltitos muy curiosos y yo vivía expectante de cuando se caería de la tarima.

En primero y tercer año, la maestra María del Rosario Cabrera Larrañaga, mi maestra Chayito, con una cara de dulzura, un carisma y bondad; pero con una disciplina férrea que nos obligaba a cumplir con las actividades, con ella aprendí a escribir correctamente y, sin saberlo, estudié etimologías cuando teníamos que investigar los prefijos y los sufijos. Hacíamos planas de caligrafía, lectura en voz alta, ensayos, análisis de textos, pero, sobre todo, lo más importante era la ortografía, por sobre todas las cosas, la ortografía. Aprendimos lo que era una prosa, un verso, una fábula, un parafraseo. Leímos y analizamos dentro de nuestros alcances de adolescentes de secundaria las obras de la época: El laberinto de la soledad y Pedro Páramo. Teníamos equipos de trabajo con el nombre de algún escritor o artista, deberíamos investigar a nuestro personaje, recuerdo que mi equipo eligió llamarse Doctor Atl, en honor al gran pintor Gerardo Murillo.

La maestra Sara Poot, una joven yucateca que estuvo poco tiempo debido a que se fue a continuar su preparación académica, y que, al paso del tiempo, se convirtió en un referente internacional en el ámbito de las letras hispanas con sus estudios y publicaciones sobre la Décima Musa. Yo presumo con orgullo que ella, ese gran personaje de reconocimiento mundial fue mi maestra de español en el segundo año de secundaria y de ahí surgió mi deseo de estudiar Filosofía y Letras, que en el momento de llenar la solicitud cambié a Veterinaria. Qué decir de Sara, inteligente, carismática y al igual que todos los demás profesores, con cariño nos imponía disciplina, siempre al ingresar ella al salón de clases deberíamos ponernos de pie y recitar en coro el: “Buenos días maestra Sara Guadalupe Poot Herrera”.

Con ella, además vivimos experiencias inolvidables en el ámbito de la declamación y la poesía coral. Como olvidar los concursos internos y la destacada participación de nuestros compañeros Óscar y Carmen con “Catarino Maravillas” y “El poema de la Revolución Mexicana” en concursos en Guanajuato y Aguascalientes representando muy dignamente a la ETI 182. Poemas que, a fuerza de escucharlos, aprendimos por lo menos “Villa murió a balazos, la cosa se puso mal” o el estribillo: ¡Soy la revolución y voy en marcha… lo mismo bajo el sol que entre la escarcha!

Los maestros de ciencias naturales, carismáticos, inteligentes, bondadosos y con entusiasmo para que aprendiéramos haciendo. El profe Juan Medina, nayarita, consiguió que le trajeran de su estado natal no sé cuántas iguanas, pero si recuerdo el día que en costales estaban regadas por todo el patio y ahí elegimos cual disecaríamos. Yo seleccioné una muy grande que daba de coletazos y me la puse a manera de cinturón. Para sacrificarlas les inyectamos formol en el cráneo, las evisceramos y le extrajimos los músculos y cuando quedaba la piel casi limpia, le pusimos algo que creo era jabón de coco, hicimos una armazón con alambre galvanizado calibre 12 y las rellenamos con estopa, cerramos con hilo de cáñamo y les dimos forma. Yo les puse unos ojos de vidrio color café, las barnizamos y listo, esa iguana “decoró” mi casa por mucho tiempo.

La maestra María Eugenia, ella se caracterizaba por su peculiar acento, creo norteño, recuerdo una práctica de laboratorio, en su mesa tenía dos vasos de precipitados y decía muy rápido y de corrido “aquí tenemos aguademar y aguade río ¿no?” y con esa demostración conocimos la diferencia entre la arena de mar y la arena de río. Pero la frase y el cantadito nunca lo olvidé.

La maestra Tayde, una vez me sacó de clase junto con mi compañero Luis Gonzalo, ¿la razón? Nos escondimos bajo su escritorio antes de que entrara y salimos cuando estaba iniciando la clase, sobra decir que la asustamos y obviamente nos expulsó. Pero teníamos que evitar que llegara el prefecto García y nos hiciera el temido reporte. Así que pedimos clemencia, Luis Gonzalo se hincó en la puerta con las manos juntas como en oración, todo fue en vano, el reporte se hizo presente.

Obviamente no fue el único, porque como lo mencioné anteriormente siempre tuve problemas con la conducta. Si teníamos tres reportes, mandaban llamar a nuestros papás, pero para paliar ese problema, teníamos a un gran amigo que trabajaba de “Prefe” quien además de aconsejarnos, porque no eran regaños, nos ayudaba a encontrar soluciones, en mi caso me permutaba el reporte por lavar el baño de mujeres.

En formación tecnológica, recibí la fortuna de tener a la maestra Betty (Beatriz Robles Lepe) muy seria, disciplinada, estricta, pero de un gran corazón, muy humana y cariñosa. En esos tres años adquirí los conocimientos y habilidades para que, al egresar pudiera incorporarme al campo laboral como secretaria. Para mí era difícil escribir en taquigrafía, se supone era para tomar dictados rápidamente, pero no, me resultaba muy complicado. En esta área aprendimos redacción, archivo, correspondencia y, por supuesto, mecanografía en máquinas de escribir mecánicas, empleando un cubre teclados de franela que atábamos a la máquina y a nuestra cintura y colocábamos las manos debajo de ellos. Todavía conservo el álbum que realizamos durante los tres años y todavía escribo ahora en computadora, sin ver el teclado y utilizando los diez dedos. Esta habilidad me fue muy útil a lo largo de mi trayectoria escolar y laboral y me sigue dando grandes satisfacciones.

El concurso de oratoria se organizaba en la materia de español, era la forma en que nos hacían reflexionar sobre las problemáticas de nuestro entorno y nos servía para escribir y para hablar correctamente. Gané en primer año, en segundo, el ganador fue Óscar Lizárraga. Para tercer año el concurso se organizó en la materia de ciencias sociales, con la maestra María de la Luz López Sánchez, quien fue mi guía. El tema con enfoque social que elegí trataba sobre la drogadicción, todavía recuerdo el colofón de mi discurso: “joven, piensa, medita y reflexiona que tú eres el futuro de México” con ese discurso obtuve el primer lugar y el derecho de representar a la ETI 182 en el certamen regional que se llevó a cabo en Apatzingán, Michoacán, viajamos la maestra María de la Luz y yo, obtuve el cuarto lugar y aunque no estuve entre los tres primeros lugares, regresé con el orgullo y la satisfacción del deber cumplido y con una caja de melones que nos obsequiaron en Apatzingán.

Y ahora, a casi cincuenta años de entonces, esos jóvenes que serían el futuro de México somos el presente y algunos podemos ya ser un pasado porque hay compañeros que ya trascendieron a otro plano. Estoy segura que todos y cada uno de los egresados de la primera generación de la ETI 182, ya dejamos un legado, y en el presente de esos otrora jóvenes, que quizá ahora ya son abuelos, hay grandes personalidades que han destacado en la ciencia, la política, la religión, la docencia, la cultura, las artes y los negocios. Quizá algunos disfrutando de una merecida pensión y gozando de la vida.

Me atrevo a asegurar que todos guardamos grandes recuerdos de nuestra escuela secundaria y le tenemos mucho cariño, pero en mi caso, cambió mi vida. Gracias a mi escuela secundaria y mis maestros, no tuve que esperar a cumplir la edad para poder ingresar como obrera a una empresa, sino que me hizo entrar en un ritmo de estudio y aprendizaje que no ha parado. Terminando la secundaria de inmediato ingresé a cursar la preparatoria, la licenciatura y la maestría, así como desempeñarme en la docencia durante treinta y tres años, incursionar en la administración académica, en la investigación y en la promoción de las ciencias con ciertas habilidades que no todos poseían. Y esas habilidades, lo presumo con mucho orgullo, las adquirí en mi formación secundaria, integral, completa, sólida y de excelente calidad académica, pero, sobre todo humana.

Ahora a cincuenta años de mi decisión de hacer trámites para ingresar a la nueva escuela secundaria, sólo puedo decir gracias a Dios, a la vida, al destino, al universo, por brindarme la oportunidad de vivir esa experiencia que cambió mi vida.

 

*Maestra en Ciencias Pecuarias. Docente jubilada por el Cucba de la UdeG. silviaruvacaba@gmail.com

Comentarios
  • Emilio Rafael Salasa Montañez

    Que bellos recuerdos yo ahí estaba presente en todas y cada una de las experiencias y otros tantos recuerdos que sería un tanto difícil plasmar aquí.
    Ahí aparezco en la foto que publicaste doy Emilio Rafael Salas Montañez, abajo a la derecha junto a Israel, Fernando y Gonzalo, éramos inseparables en esos tiempos.
    Arriba de Izq. a derecha
    Tu Silvia, La maestra Rosario Cabrera( Chayito ) Ana Luisa, Xóchitl, Lola y su novio, que en ese tiempo nos llevaba a el balneario que íbamos cuando nos organizaàbamos, recuerdo de llamaba o llama Ignacio.
    Que años tan felices. Foto tomada en nuestra Graduación

    • MarioRamos

      Felicidades , una narrativa muy precisa y bella, literaria .La recuperación de este segmento de vida es maravilloso , así como la memoria de esas pequeñas cosa como diría Serrat que le dieron o le dan sentido a la vida..
      Felicidades Maestra..

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