Manos
Jorge Valencia*
Las manos son la parte del cuerpo que mejor hablan de una persona. Las hay callosas, de trabajo rudo, curtidas por el sol y la tierra y la pala y el azadón. Manos de arriero que saludan firmes y sin protocolos. O manos encremadas con la cutícula recortada, con anillos y pulseras. Manos débiles, de señorita cuidada.
Los pianistas tienen manos musicales, con los dedos largos y delgados, aptas para distinguir las teclas y provocar la nostalgia. En cambio, los boxeadores las tienen anchas y grandes, acostumbradas a golpear costales. Sus manos empuñadas aparecen estrellas en sus oponentes. Las de los bebés son regordetas, siempre cerradas, asidas a un futuro incierto. Los viejitos las tienen arrugadas y deformes debido a los saludos excesivos y las conversaciones prolijas.
Paralelo a las palabras, las manos ofrecen un lenguaje propio. La elocuencia de los oradores, les viene de unas manos ilustradas que subrayan las ideas con precisión meticulosa. En los amantes jóvenes, las manos bailan sin sentido, truenan las falanges, sudan involuntariamente. Los ministros de culto se las cuidan mediante baños copiosos de agua santa, listas para los besos de los fieles y las bendiciones remotas. Las mujeres de manos cariñosas son las más imploradas, nunca se quedan solteras. Hay quienes se tiñen las manos con tatuajes y garigoles. Se trata de un recurso para confundir la ternura o para acentuar la lujuria. Las manos de los canallas son retorcidas y expresan amenazas con la punta de los dedos. Los locos las tienen voluntariosas, con revoloteos prodigiosos que cuentan historias de asombro. Los magos ocultan cosas y aparecen palomas con sus manos milagrosas. Los médicos reconocen dolencias con toqueteos y hundimientos y curan con la sola exposición de las palmas. Quienes chasquean los dedos y llevan el ritmo y bailan y tienen manos de maracas y de panderos, son los bailadores de feria, las rumberas y los cineastas, los animadores de lo absurdo, los alegres sin motivo, los felices contracorriente. Los maestros tienen manos huesudas, pulcrísimas y didácticas. Enseñan más con los ademanes que con las palabras. Los santos las llevan juntas, como una extensión de sí mismas.
“Echar la mano” es ayudar. “Meter mano”, atentar al pudor. “Agarrarse de las manos” implica solidaridad, apoyo colectivo. “Esconder la mano” es fingir inocencia. “Morder la mano que da de comer” es una traición. Las “manos arriba” reconocen la vulnerabilidad ante el crimen. “Pedir la mano” es formalizar un compromiso amoroso. En el futbol, las manos están prohibidas; merecen tarjeta roja. En Misa, las manos solicitan el favor de Dios. En la escuela, levantar la mano significa una solicitud para hablar. El saludo se expresa con un apretón de manos. La despedida, con los dedos tocando la palma repetidamente. Los choques de manos reconocen a otros a través del aplauso.
Con las manos es posible expresar la victoria, cantidades numéricas, obscenidades, amenazas, agradecimientos, locura, ruegos…
La forma más efectiva para esconderse es taparse los ojos con las manos, huir del mundo con el mejor de los recursos. Después de las manos no somos nadie, no tenemos una identidad, carecemos de un yo profundo. Porque las manos son el vínculo con el universo, el interruptor de nuestras vidas. Cuando morimos, nos juntan las manos y nos olvidan.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]