Mal deseado

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El mal también puede desearse. La creatividad fomenta cierta forma de maldad remota. Quienes tienen virtudes narrativas innatas, imaginan tramas donde las personas aborrecidas protagonizan toda clase de desgracias. Bajo especulaciones así, el ser deleznable es abducido por extraterrestres mientras se saca un moco. Le cae encima una caja fuerte de dos toneladas o el excusado le absorbe en un remolino fantástico. La mente opera de manera misteriosa. Los apodos, proferidos entre cercanos, resultan una paliación de la venganza. Durante la conversación, se refiere al sujeto con figuras verbales que priorizan los defectos y subrayan el tono de la burla. En México se usa el “Andovas” para referir a alguien que todos saben quién es pero no lo dicen, con el propósito de no invocarlo. Es el innombrable. El que no merece la definición por antonomasia del nombre. Es ése.
Durante los sueños, en cambio, se experimenta la angustia. Monstruos aberrantes nos visitan como una hipérbola de nuestras relaciones frustradas. El enemigo se magnifica. El odio y el temor son la acendrada consecuencia de la pesadilla. Nadie con miedo ni con rencor duerme tranquilo. Se suda frío. Se imaginan cosas abajo de la cama. El amanecer encaja los cuchillos del desvelo y el rencoroso se levanta con acrecentadas razones para seguir odiando.
Vuelven los temores. No hay forma certera para la evasión. De nuevo hay un sometimiento a los gritos y los sombrerazos. Las burlas inoportunas. La amenaza tácita: si se trata del jefe, la posibilidad de un despido; si es el vecino, la obligación de cortar de raíz el árbol querido que ya le abraza su cisterna… Siempre hay alguien que fomenta la amargura y actualiza las lágrimas del valle bíblico. La inseguridad en las calles que a cada cuadra aumenta la probabilidad de someterse a un crimen, un choque en auto, un sunami portentoso…
Los psicólogos criminalistas sostienen la existencia de un perfil de víctima: alguien que se tragó un imán para atraer las malas vibras. Se trata de gente que se rompe un brazo, el gato se le suicida, le aparecen goteras en abril y se le cae el cabello sólo del lado izquierdo.
La maldad se recicla. Las religiones orientales lo definen como karma: recibir el mal de ojo que se propaga.
Si el odio carcome a quien lo percibe, lo mismo que a quien lo propina, la actitud más sensata es el desprecio. Mantener al vecino a raya con los “buenos días”. En el evangelio de Mateo se dice que si alguien obliga a otro a llevarle la carga un kilómetro, se la lleve dos. La cadena del mal sólo se rompe bajo la forma extrema e inmerecida de la bondad: desear el bien como la única condición para obtenerlo. El bien gratuito. Porque sí, no más.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

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