Madres castrantes

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Paralela a la esperanza fallida de un hijo sin ideales, sobresale la figura de una madre castrante. Nacidas a finales de los años 60 y durante la década feliz de los 70, las mamás cincuentonas poseen la herencia permisiva de la era de la libertad y su radical compensatorio del prototipo “yuppie”. Se trata de una generación cuyas representantes prefirieron las canciones de Flans, la cirugía de nariz y una licenciatura en Administración de Empresas cursada en universidad privada con especialidad en alguna institución extranjera donde perfeccionaron el inglés con el objetivo de obtener un puesto directivo en una transnacional importante.
Se casaron después de los treinta y se divorciaron antes de los cuarenta; compraron casa en los suburbios e invirtieron en peluquerías o pastelerías con nombres franceses. Suscritas a Vanidades desde la adolescencia y afiliadas a “Green Peace” porque “es buena onda”, creen en la educación a lo Montessori y en el fundamentalismo de la opinión a ultranza. Todo saben y de todo comentan. Han transitado por la tecnología telefónica móvil con la soltura de un pájaro y la constancia de un roedor. Han hecho suyo el “Facebook” y las redes sociales, donde exhiben sonrisas cosmopolitas, liposucciones promocionales y frases extraídas de libros de superación personal.
Se trata de madres que se hicieron amigas de sus hijos y enemigas de sus nueras. Que asisten con ellos a los “antros” y viajan en bola a la playa para pasarse unas vacaciones en hoteles todo-incluido donde sirven piñas coladas con ron aunque los amigos de sus hijos aún no cumplan la mayoría de edad. Se tienden al sol y vuelan en parachutes. Entre sus pies y la tierra hay unas chanclas de marca adquiridas en una “boutique” de Andares.
Madres solteras que, a falta de marido, sientan en el regazo a sus vástagos y les explican el uso eficiente de la píldora del día siguiente. Los inscriben en la escuela que consideran más apropiada para sus virtudes y alegan en su nombre cuando lo consideran prudente. Sus hijos partirán de casa después de los 35 y ellas les pagarán el departamento, la mensualidad del coche y la novia, siempre y cuando accedan a un “casting” menor que incluye un apellido de alcurnia y una forma modosita de ser.
Mientras eso pasa (sus hijos todavía no cumplen los 35), los instruyen en el arte de catar vinos, asistir a velorios con la ropa conveniente y la mueca templada y a levantar el meñique para tomar una taza de té. Pasan la tarde viendo películas (algunas VHS transferidas a formato digital), de cuando mamá era pequeña, de cuando nació el nene, hizo la Primera Comunión y declamó la Suave Patria.
Madre e hijo, atados por el cordón umbilical de una pasión recíproca, se enfrentan al mundo como un solo ser duplicado. Dicen lo mismo y usan el mismo tono. Odian la miseria y van a Misa cuando les “nace”. Sienten entre sí tal afecto que no se explican la vida sin la amorosa muletilla de su relación.
Ella nunca se volverá a casar: le basta el amor de su hijo. El hijo buscará en toda mujer a su madre. Edipo renacido, repetirá el mito griego. Luego de la consumación, vagará errante por todas las plazas comerciales con gafas oscuras Ray Ban que ocultarán ya no las cuencas vacías de los ojos sino una mirada brillosa que cualquiera juzgaría como perversidad.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

Comentarios
  • Nicandro Tavares

    Una fotografía, mejor dicho una radiografía de muchas damas que conozco.
    Excelente artículo que por hoy no compartiré para no herir las suceptibilidades de las mencionadas damas. Un abrazo mi estimadísimo Jorge Alberto Valencia.

  • Laura Luna

    Felicidades, muy buena recuperación de una generación de madres a la que pertenezco sólo por la temporalidad, no todas tenemos tales calamidades de atributos. Saludos

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar