Madres
Jorge Valencia*
Casi todos tienen una madre que festejar. Algunos, aún viva. Quienes no tienen madre, tampoco tienen corazón.
Festejarla refiere a alguien bien nacido. Alguien que reconoce la dificultad de parir, cuidar, mantener y, finalmente, dejar ir al producto de sus entrañas.
Según Borges, Tennyson dijo, que si pudiéramos comprender una flor, sabríamos quiénes somos y cómo es el mundo. Siguiendo con una analogía imperfecta, si pudiéramos entender el amor de una madre, sabríamos cuál es la sustancia humana y aceptaríamos nuestro destino. Y del mundo. Quizá sólo sea posible dimensionar la maternidad mediante la asunción de ese mismo proceso: sólo una madre sabe lo que significa serlo. Pero aun así, nadie es madre de sí mismo ni la maternidad recibida puede autodireccionarse. Por lo tanto, seguirá considerándose un misterio lo que la madre de cada quién amó, rechazó o experimentó al gestar a quien lo especula. Y de esto se cobra conciencia cuando ya resulta demasiado tarde. Porque el hijo ya está formado para cavilarlo y porque la madre ya olvidó lo que experimentó: como en los sueños, referirlo no es vivirlo. Es comenzar a olvidarlo.
La maternidad representa un vínculo entre dos seres que son uno mismo por circunstancia biológica. Antes del parto, no existe independencia entre uno y otra. Después, el rompimiento es paulatino. Nadie resulta ileso. Aún en casos excepcionales que fueran producto de un ultraje, el rompimiento o la interrupción suponen un proceso de meticuloso discernimiento. Ningún caso resulta tan simple como un estornudo.
Por eso el agradecimiento es la forma mínima de recompensa que supone el don de la cesión vital. Nadie nace solo. Más dramático todavía es el hecho de que nadie nace porque quiere (salvo algunas creencias místicas que lo sustentan, en todo caso indemostrables). La vida no surge de una intención, sino de un otorgamiento. Casi siempre complicado, molesto o incómodo, total o parcialmente.
Festejar a la madre es aplicar la empatía de forma empírica. Reconocer la vida como un relevo fenomenológico. Y reconocer que los recursos con los que nos enfrentamos a la existencia nos vienen dados por herencia y crianza. Asumidos o rechazados. Transformados por la libertad o restringidos por la costumbre.
Somos el resultado fortuito de lo que una mujer soñó (o padeció en pesadillas). De alguna manera, los hijos cumplimos las expectativas de nuestros padres. De nuestra madre, en particular. Cuando la celebramos, proclamamos un acto de continuidad. Perpetuamos una genealogía. Justificamos y actualizamos la civilización humana.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]