Los niños en su día

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Antoine de Saint-Exupéry dedica “El Principito” al niño que él mismo fue. Por increíble que parezca, somos un catálogo de muchos regidos por el criterio del tiempo.
Hay películas hollywoodenses cuya trama provoca el encuentro fantástico entre estos dos que son uno solo. La maldad del adulto se redime en la inocencia del infante. El éxito de Freud consiste en sistematizar esa realidad con una serie de metáforas retomadas de la mitología griega. El padre del psicoloanálisis concede una importancia capital a la manera como los niños experimentan el mundo. La consecuencia de su interpretación es lo que somos cuarenta años después. Muchas horas sobre el diván permiten al fin reconocerlo.
Para Chabelo y los cómicos que se especializan en el humor infantil, los niños son un poco estúpidos y una fuente segura de lucro. Por cada niño que entra a ver una película se compran al menos dos boletos. Luego vienen las palomitas y el refresco, el antifaz del protagonista y el DVD. Plaza Sésamo reconcilia los programas infantiles con la importancia de divertir educando. Cri-cri lo hizo a través de canciones. Varias generaciones aprendimos a portarnos bien bajo el terror de la Muñeca Fea. Justificamos la escuela por el sucedáneo de los animales que también recorrieron con apuración y con sus libros bajo el brazo el mismo “caminito”… La imaginación era fundamental en aquella forma de educación. Imaginar nos hizo libres.
Las imágenes ahora son imposiciones de la tele. Los niños con recursos sólo se contentan con un i-Pad. Sus orgullosos padres presumen que a los cinco años manejan el aparato mejor que ellos mismos. No extrañará el día que manejen el coche y lleven al trabajo a sus papás. Claro, si no exceden el lapso de un berrinche. Se podrá obtener una incapacidad también por eso.
Antes era más fácil. Los niños fuimos adiestrados para callarnos. El revés en la boca, el cintarazo y el pellizco resultaban argumentos muy convincentes para obedecer. Nuestros traumas y autoestima nunca fueron una preocupación de nuestros padres. Ahora los niños escogen su ropa, los invitados a sus fiestas y la ausencia de sus abuelitos. Hacer groserías es una forma de expresión que los adultos debemos respetarles para no macular su inocencia. Si el niño balbucea sin sentido, los adultos le atienden e interpretan antes de que diga la palabra “agua”. El cariño se gana con regalos. A los cinco años quieren un vestido de princesa; a los ocho, la camisa del Atlas; a los trece, un “smartphone”. Luego un coche. Que les paguen la universidad privada y los mantengan hasta los treinta y cinco años.
La niñez es una etapa indecisa que se alarga con la menorrea y se acorta con la menopausia. En los varones, lo que corresponde. Ya adultos, la vida se simplifica entre el gimnasio (se le dice “gym”) y la tarjeta de Liverpool. Todos quieren ser parte de un limbo sin obligaciones. Los maridos abandonan a sus mujeres después de veinte años para encontrarse consigo mismos. Asisten a bares con amigos divorciados. Ven “Miembros al aire”; compran la ropa en Zara y practican yoga para alejar las “malas vibras”. Faltaron más cintarazos y sobró mucha tele.
Nuestra generación se debate entre el rencor con que sufrimos la niñez y el desinterés o sobreprotección con que educamos a nuestros hijos. Crecemos a la par, de manera silvestre. Se augura un futuro donde nuestra ancianidad será reducida a asilos invisitables donde poco a poco, tras el encierro, conseguiremos olvidar a los héroes en los que creímos cuando fuimos niños. “El Principito” fue uno de ésos; su planeta, un lugar feliz. Así se imagina todavía.

*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]

Comentarios
  • Jaime Cerda Rizo

    Genial tu descripción… relato. teoría… lo que sea, parece que me has leído la mente y finalmente lo que pienso lo he visto escrito. Gracias.

  • SARA ÁVILA

    MUY BUEN ARTÍCULO. CREO QUE HAY EPIDEMIA DE PADRES E HIJOS ASÍ, ESPEREMOS NO CAER EN ELLA!!

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