Los marcos evaluativos del profesorado

 en Enric Prats Gil

Enric Prats*

La tendencia internacional hacia la rendición de cuentas en los servicios básicos de carácter público están llevando, en el terreno de la educación, a una situación ciertamente compleja como es la evaluación del desempeño docente. El establecimiento de sistemas estandarizados que pretenden medir la competencia docente se ha extendido en muchos países. Estados Unidos cuenta con los National Board Standards (nbpts.org), creado por una asociación independiente, con un prestigio reconocido en el campo académico, y que ha llegado a certificar la competencia de más de 100 mil docentes en todo el territorio. También Australia se ha dotado de un sistema parecido, y otros países están en esa línea de trabajo. El último en sumarse a la lista ha sido Tanzania, según informa el Tanzania Daily News (http://www.tanzaniatoday.co.tz/news/teachers-competence-framework-key-for-quality-education).
El debate se sitúa precisamente tanto en la necesidad de esa evaluación como en su contenido. La necesidad de evaluar se relaciona con el uso posterior que se puedan hacer de sus resultados. Los humanos inventaron la evaluación para mejorar: a partir de un diagnóstico claro y conciso se sabe lo que hay que mejorar y lo que hay que abandonar o dejar de hacer. Eso parece claro en muchas disciplinas. El problema surge cuando de esos resultados se derivan consecuencias punitivas para sus protagonistas: si la evaluación no es la esperada, te quedas sin trabajo. Ese aserto puede servir si uno es contratado para hacer tornillos y esos elementos no sirven para atornillar. Pero la educación es algo más que fabricar tornillos.
Por supuesto, la dificultad técnica consiste en establecer con rigor cómo se mide el éxito educativo. En las mentes más simples todavía impera el criterio de que el éxito educativo consiste en sumar y restar y escribir sin faltas de ortografía, e incluso algún conocimiento de cultura general. Admitiendo ese sencillo objetivo como único y exclusivo de la educación, un resultado negativo puede atribuirse a un mal maestro, pero también nos vienen a la cabeza más de una docena de posibles razones: dificultades específicas de aprendizaje; contextos materiales inadecuados; complicaciones familiares; etcétera.
Pero sabemos que la educación no se limita a eso y que es mucho más donde, además, la relación maestro-alumno no es una relación clínica, de uno a uno, donde un especialista proporciona una terapia a un paciente. En las clases coexisten unas cuantas almas y cuerpos más, no solo uno, y el maestro debe atender a todos con un sentido del equilibrio que evite cualquier discriminación.
En suma, debemos adoptar una posición crítica, que no contraria, con la evaluación del desempeño y ofrecer alternativas creativas para esa evaluación. Aunque puestos a evaluar, también podríamos empezar por los administradores de la educación, que toman decisiones sin evaluar las decisiones anteriores, y no hablemos de evaluar a políticos.

*Profesor de Pedagogía Internacional, Universidad de Barcelona. enricprats@ub.edu

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