Los hijos

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

 

Habrán de enfrentar sus propias batallas, seguir sus propios llamados (aunque a veces los engañen los cantos de sirenas) y desarrollar sus intereses. Cada uno de nuestros hijos, y los hijos ajenos, habrán de resolver sus propias complicaciones y salir de sus enredos. Por lo cual no debe extrañarnos que nuestros estudiantes, que resultan ser hijos de otras personas, decidan respecto a sus propios temas de exploración y de las maneras de abordarlos. Esos hijos nuestros, que comenzaron sus trayectorias de aprendizajes en sus hogares, se convierten en estudiantes con otros docentes y nos comparten sus perspectivas de su escuela, sus docentes y sus compañeros. De esa misma forma, los hijos de otras personas continúan en nuestros cursos los aprendizajes que complementan los de habilidades más elementales aprendidos en sus primeros años.

Los hijos propios y ajenos han sido ocasión de múltiples aprendizajes para quienes nos dedicamos a la enseñanza. Nuestros hijos y los estudiantes que pasan por las aulas en las que trabajamos nos han planteado retos que no enfrentaríamos de no ser por la relación que llevamos con ellos. De ahí que podamos considerar los beneficios de tener hijos y nietos como procesos paralelos a los beneficios de atender estudiantes. Beneficios de tener hijos: (https://blog.aegon.es/vida/10-motivos-tener-hijos/#:~:text=Los%20niños%20enriquecen%20tu%20vida,aumentará%20tu%20bienestar%20y%20disfrute); Beneficios de tener nietos: (https://www.20minutos.es/noticia/4125069/0/ser-abuelo-rejuvenece-los-beneficios-que-los-nietos-aportan-a-las-personas-mayores/);  Beneficios de ser docentes: (https://mx.indeed.com/orientacion-profesional/como-encontrar-empleo/ventajas-de-ser-maestro). La descendencia propia y ajena, cuando se convierte en interacciones frecuentes, no sólo nos plantea retos respecto a nuestras responsabilidades (ya sea preparar comidas, espacios, lecciones o materiales), sino también a la manera de ver y administrar nuestro tiempo y darle sentido a nuestras vidas y recursos.

Los estudiantes que asisten a nuestros cursos son hijos de alguien más y provienen de contextos que difieren, afortunadamente, de los contextos en que fuimos criados y en que hemos (intentado) educar a nuestros hijos. Vemos en los estudiantes que llegan a nuestros cursos, sin que necesariamente la hagan explícita, la cultura y algunos rasgos de la crianza de la que fueron objeto en sus familias. Algunos nos han contado los impulsos que les dan sus familiares; otros nos narran los problemas que tienen en la relación con miembros de su familia. Nos han hablado de los espacios en los que estudian, las interacciones con sus hermanas y hermanos, la inspiración o las frustraciones que les transmiten sus ancestros.

Alguna vez, una amiga maestra me comentó que tenía en su grupo de niños a dos estudiantes que eran hijos de quienes habían sido mis mentores. “Puedo descifrar”, explicó, “a partir de lo rígido de uno y lo tranquilo de otro, cómo se comportan sus padres e infiero que X es muy ansioso y exigente; mientras que Y seguramente es una persona tranquila”. Efectivamente, esa reflexión no era una mera inferencia vacía, sino que la forma dxi actuar de los niños-estudiantes reflejaba algo del contenido del comportamiento de sus progenitores. La obligación que tenemos con nuestros hijos tiene un correlato en la obligación que tenemos con los estudiantes. No tienen nuestros hijos una obligación recíproca hacia la generación precedente, así como nuestros estudiantes tienen sólo una responsabilidad de aprender para sí y para las generaciones que los sucederán. Claro que nos sentiremos orgullosos de pensar que nuestros hijos aprendieron buenas costumbres en nuestros hogares; al igual que cuando los estudiantes que aprendieron habilidades cruciales en nuestras aulas.

De algún modo, vemos en nuestros hijos también el reflejo de sus escuelas y del ambiente que se vive en sus escuelas. ¿Van con ánimos de encontrar a sus compañeros y de realizar proyectos con ellos? ¿Expresan algún sentimiento de admiración, imitación, rechazo o miedo respecto a los docentes y directivos de sus instituciones? ¿Expresan alguna inspiración o rechazo cuyos orígenes se den en las discusiones en sus aulas? Por otro lado, conviene plantearse: ¿qué expresan nuestros estudiantes en sus hogares con sus parientes respecto a lo que sucede en nuestros cursos? ¿Cómo interactúan entre ellos y cómo recomiendan o disuaden a otros para asistir a determinados cursos?

Así como nos planteamos si nuestros hijos llegarán a ser personas de provecho, sensatas, autónomas y productivas y recordarán los hábitos y límites de la familia, como docentes nos planteamos si los estudiantes recordarán la información, el ambiente, las interacciones que promovimos en los cursos. ¿Los estudiantes que pasan por nuestros cursos sufrirán o gozarán de pensar en esas sesiones de escucha, discusión, exposiciones, lecturas, elaboración de escritos, esquemas y presentaciones orales?

Como apunta María Aurelia Ramírez (2005), las prácticas de crianza: (https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-07052005000200011) tienen paralelos pedagógicos que solemos identificar como “estilos” y que esta autora clasifica en cuatro principales: democrático, autoritario, permisivo e indiferente. Según esta autora, estos estilos ayudarán a estimular o a inhibir el aprendizaje de los miembros de la familia. Algunos estudios, como el de Zayas, Corral y Lugo (s/f: https://www.comie.org.mx/congreso/memoriaelectronica/v11/docs/area_16/0417.pdf) o el de Matías Romo (2018: “Familias, escuelas y estudiantes de educación superior”) el nivel de estudios de los padres suele servir como predictor del nivel que alcanzarán los hijos y las interacciones que se dan en la familia suelen impactar el tipo de interacciones en las que participarán los estudiantes en la educación superior (además de las interacciones que se aplican y se aprenden en la educación básica y media). La participación (“involucramiento” también, señalan Zayas y colaboradores, en la educación de nuestros hijos se convierte en oportunidades para los hijos-estudiantes. Las acciones de comunicación y apoyo en el hogar inciden en el desarrollo de los sujetos en la escuela. Los estudiantes del nivel superior suelen tener, afirma por su parte Romo, familias que los impulsan en el desarrollo personal y psicológico y que están pendientes de esos estudiantes que son jóvenes adultos durante sus años de universidad.

Por otra parte, las expresiones afectivas en las familias inciden también en las posibilidades de expresión cognoscitiva y emocional en las escuelas. Teoría del apego y aprendizaje escolar de los niños: (https://www.headteacher-update.com/content/best-practice/attachment-theory-and-children-s-learning-in-school/); mientras que existe una relación entre el apego en la educación superior y el empleo: (https://pdxscholar.library.pdx.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1996&context=honorstheses).

Hace algunos años, el líder campesino Tomás Villanueva, de la United Farm Workers of Washington State, declaró en algún momento que los hijos de los inmigrantes tienen el corazón y el alma del mismo color que los hijos de todos los demás habitantes de un país. De la misma manera en que confiamos a nuestros hijos a especialistas de diversas asignaturas, como docentes enfrentamos la responsabilidad de atender a los hijos de otras personas; estudiantes que llegan con diversas capacidades, intereses, aprendizajes y convicciones previas que debemos asumir y ayudarles a integrar los contenidos de nuestras asignaturas en sus experiencias vitales actuales y futuras.

 

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com

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