Los estilos directivos y la comunicación institucional (oro no es)

 en Invitados

Job Avalos Romero*

Antes de desarrollar el tema en el que se centra este artículo, me permito explicar la expresión que aparece entre paréntesis. Escuché la frase “oro no es” en una emisión televisiva donde, a cambio de racimos de plátano, un chamán africano había aceptado darles una apariencia dorada a objetos comunes. Ante la actitud codiciosa de quienes habían hecho ese trato, el chamán hacía constantemente la advertencia: “oro no es”. Sin entender razones, los personajes hacían oídos sordos y seguían llevándole objetos para ser transformados a cambio de plátanos. Después de un tiempo el chamán decide irse y al volver los objetos a su estado original, quienes se creían ya poseedores de una inmensa fortuna en oro cayeron en la angustia y la desesperación.
Quise utilizar esta historia como preámbulo a la discusión que propongo porque me he percatado que, en la actualidad, el uso de vías de comunicación electrónicas y otros gadgets tecnológicos, parecen darles a los cuerpos directivos una falsa idea de comunicación eficiente y democrática, cuando en realidad éstos son simplemente medios. La comunicación que se logra establecer depende más bien del estilo directivo puesto en práctica en la institución. Para dejarlo claro, desarrollaremos aquí dos maneras en que se puede ejercer la función directiva enfocándonos en el tipo de comunicación que permite establecer.
Un primer caso es el estilo enfocado en el cumplimiento de tareas, en el cual la autoridad proviene del cargo o nombramiento que se tiene. Para este modelo de dirección, las interacciones entre los directivos y el personal existen por la necesidad de encuadrar las actividades que se deben realizar. Aquí, la toma de decisiones está concentrada en los altos mandos y la motivación puede ser negativa (la amenaza de ser degradado o removido del puesto) o condicionada a alguna recompensa material (cierta flexibilidad en los horarios, permisos especiales, etcétera). Esto lleva a desconocer el sentido último de lo que se hace y a que el personal se limite en cumplir órdenes expresas. En términos de comunicación, cuando la dirección decide compartir información, lo hace desde una lógica de afianzar y hacer sentir su poder, sin que en esto haya una intención genuina de favorecer o propiciar mejoras en la institución.
Para relacionar lo anterior con la manera en que se ejerce la comunicación, el uso del whatsapp es un caso interesante. Sin duda, más allá de que nos agrade o no estar enviando y recibiendo mensajes de dicha aplicación, podemos estar de acuerdo en que es un medio que favorece el intercambio de información de manera prácticamente inmediata. Sin embargo, cuando se decide utilizar este medio con una lógica vertical y unidireccional, donde sólo quienes controlan el grupo de whatsapp (los administradores) pueden enviar mensajes y deciden lo que se comparte, automáticamente se corta el derecho de todos a expresarse. La comunicación entonces deja de ser democrática y se vuelve simplemente un medio de propaganda al más puro estilo dictatorial.
Aquí, al igual que en la historia sobre los objetos “convertidos en oro”, se cae en la falsa o ingenua creencia de que la comunicación institucional puede mejorar y volverse más eficaz por el simple hecho de usar un medio digital. Peor aún, ya que se busca hacer de esta idea errónea un dogma de fe para quienes forman parte de la institución. Por otra parte, el uso antes descrito del whatsapp ejemplifica muy bien lo que en Francia llaman “ringard”. Lo ringard es algo anticuado, pasado de moda, que incluso puede volverse ridículo cuando la intención es hacer pasar algo en desuso como una novedad, simplemente porque se utilizan los medios más modernos o provienen de las tecnologías más recientes. Así pues, pretender que la comunicación unidireccional y sin posibilidad de respuesta es democrática y moderna simplemente porque se utiliza una herramienta digital como el whatsapp, sin lugar a dudas es totalmente ringard y, como decía el chamán, oro no es.
Otro estilo directivo que también produce resultados negativos en términos de comunicación, es aquél ligado a la práctica del laissez-faire. En este caso, aunque varios emisores pueden transmitir mensajes, siempre se dan en un sólo sentido, por lo que muchos de ellos terminan siendo confusos. Esto resulta así porque no existe un sistema de toma de decisiones compartida. De hecho, las posibilidades de relación entre directivos y empleados se ven drásticamente reducidas y la información sobre la situación de la organización y lo que se está haciendo es privilegio de unos cuantos. Al igual que en el caso anterior, en este estilo directivo la fuente de la autoridad está sustentada en el cargo o nombramiento que se ocupa. Aquí, la existencia de distintos emisores y la falta de mediación del director o directora de la institución pueden provocar confusiones con respecto al nivel jerárquico que cada quien ocupa.
Desde la función directiva, al no haber un intercambio de mensajes, se impide la creación de una cultura y sentido comunitarios a través de las prácticas cotidianas. Cada quien ejerce su nivel de agencia en lo individual, a partir de ideas personales y metas subjetivas sobre lo que considera que debería hacer para la institución donde se encuentra. Asimismo, se crea un descontrol. Al haber distintas acciones comunicativas pero no coordinadas, los mensajes transmitidos pueden llegar a ser contradictorios. El resultado es entonces una falta de comunicación del personal hacia la dirección y la transmisión de mensajes que son meramente operativos, con un carácter totalmente formal debido a su naturaleza vertical y jerárquica.
La confusión organizacional y comunicativa que provoca dicho estilo directivo, puede ejemplificarse con un grupo de aves exóticas. Si las escuchamos de manera individual, después de cierto tiempo seguramente podríamos habituarnos al sonido y llegar incluso a comprender los mensajes que la guacamaya, la cotorra, la hurraca, la chachalaca, el perico o el tucán emiten. Sin embargo, si todas estas aves están en el mismo espacio, la necesidad de hacerse escuchar provoca que hablen cada vez más fuerte y al mismo tiempo, haciendo que sea imposible distinguir a cada una. Del mismo modo, en una organización donde varios emisores dan órdenes o instrucciones, el resultado es una comunicación que entorpece las interacciones y crea confusión entre las personas que ahí trabajan.
Todas las personas que trabajamos o hemos trabajado en escuelas y otras instituciones, sin duda, podemos identificar distintos estilos directivos y el impacto que produce en todos los niveles de la organización. Del estilo puesto en práctica depende la manera en que la información circula, establece las posibilidades de comprensión de las metas que se tienen dentro de la institución y determina el éxito o fracaso de las mismas. Por último, es muy importante no olvidar que en las instituciones educativas no se trabaja con autómatas, sino con personas que, antes de hacer algo, analizan lo que se les dice y cómo se les dice. El uso de tecnologías modernas puede ayudar a disfrazar un estilo directivo rancio, arcaico y autoritario como innovador, horizontal y democrático. Pero el uso de herramientas novedosas no basta para que las personas efectivamente lo crean, ya que, por más que brille, oro no es.

*Doctor en Ciencias de la Educación. Profesor en la UPN, Unidad 141 Guadalajara. jobavro@gmail.com

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