Los amigotes
Luis Rodolfo Morán Quiroz*
Jazmín, estudiante de primer semestre de licenciatura, lo externó en una de las sesiones de clase: “dice mi abuelo que no vengo a la escuela a aprender, sino a conocer a la gente”. Esa afirmación remite a lo que los sociólogos denominan el “capital social”. Como quizá habrán escuchado, en la disputa entre las escuelas psicoanalíticas, hubo quien sintetizó la mayor difusión y reconocimiento de las propuestas freudianas en vez de las junguianas con una frase: “quien tiene más amigos es quien tiene la razón”. Poco importa si tus ideas son geniales si no cuentas con alguien que te ayude a difundirlas, escribirlas, defenderlas. Tu fama no se divulgará por sí misma. Necesitarás muchos amigos (y, a veces, también muchos enemigos) que te ayuden a propagar tu fama y tus ideas. Gracias a nuestras amistades y nuestras némesis, ese capital social se encarga de multiplicar nuestro capital simbólico y hasta económico. Aun cuando no siempre se resalta en las biografías de quienes dedican su vida a la política la educación, la producción económica, la invención, la salud u otras áreas de actividad humana en donde llegan a destacar los personajes cuyas vidas se relatan, el elemento de las amistades y las parentelas representa impulsos par las carreras de personajes famosos. Incluso de los infames: seguramente algunos malhechores recurren también a personas de sus confianzas y sus afectos para realizar algunas fechorías. Aun cuando hay quien afirma que los delincuentes y los políticos, que suelen ser difíciles de distinguir en los contextos en donde existe mucha corrupción, no hacen amistades, sino alianzas. Lo que de todos modos podría entrar en la categoría de “capital social”. Tener un “cuate” o un “conocido” no es lo mismo que tener un amigo o un pariente dentro de determinado grupo con el cual se pueden intercambiar favores, aunque sí es parte de un recurso intangible al que se puede recurrir en algún momento de necesidad.
Aun cuando Carlos Marx (Karl Heinrich Marx, 1818-1883) había señalado ya que una de las características del trabajo industrial es el de la cooperación, vale la pena hacer notar que trabajar juntos en productos compartidos organizados en secuencia con otras personas empleadas en la misma área (como en el armado de productos en serie) no equivale a trabajar en colaboración con personas en redes de confianza y favores recíprocos. La cooperación momentánea no siempre deriva en una colaboración en el largo plazo, aunque el enfrentar problemas en común y resolverlos puede dar origen a amistades (o a parentescos) más duraderos. Aun cuando el trabajo en equipo es deseable (https://asana.com/es/resources/collaboration-in-the-workplace), el trabajo con un equipo de personas a las que consideramos amigos y a quienes estimamos y les deseamos vida y salud, puede llevar consigo mayores satisfacciones y compromiso. La comunicación y la seguridad afectiva suelen jugar un papel que ayuda a estimular la resolución adecuada de dificultades y retos en las tareas colaborativas.
Es frecuente que los amigos que conseguimos en la escuela o en el barrio nos duren muchos años y que a partir de ellos ampliemos nuestras redes de colaboración. Sabemos que las recomendaciones de nuestros “amigotes” suelen tener más peso que nuestras credenciales y nuestros títulos universitarios. Incluso vemos con desconfianza a quienes llegan a un empleo por amiguismo o por nepotismo, aunque quienes llegan a esos puestos o quienes invitan a sus amigos y parientes se sienten seguros de que esas personas no les fallarán (aunque es probable, humanos como son, que también tengan errores y caigan en tentaciones y traiciones). Las relaciones sociales mejoran la salud física y mental, aunque hay indicios de que contar con redes sociales muy amplias puede ser también una fuente de tensiones y ansiedades: ¿cómo atender y responder a tantas demandas de las personas a nuestro alrededor? Ciertamente, no toda situación en la que hay otras personas presentes todo irá sobre ruedas, ni hará una bonanza de miel sobre hojuelas. Así como muchas personas disfrutan de tener muchos amigos, de frecuentarlos y de moverse en diversos contextos sociales de interacción, hay otras a quienes se les dificulta el trato con otros seres humanos. “¿Qué estarán pensando de mi aspecto, de mi comportamiento, de mi forma de hablar, de mi razonamiento, de las soluciones que doy a los problemas, de mis trabajos escritos, de mis colaboraciones trabajo grupal, de mi olor, de mi estatura, de mi historia pasada y de mis proyectos?” Hay quien, en vez de considerar que tener “un millón de amigos”, como le cantaban al papa Juan Pablo II (Karol Józef Wojtyła, 1920-2005), es cosa buena, se inhibe ante la necesidad de interactuar con otras personas.
“A algunas personas con ansiedad social les beneficia participar en grupos de apoyo. En un grupo de personas en que todas tienen el trastorno de ansiedad social, usted puede escuchar comentarios imparciales y honestos sobre cómo lo ven los demás del grupo. De esta manera, puede descubrir que sus pensamientos de que otros lo juzgan o le rechazan no son ciertos o están distorsionados. También puede aprender cómo otras personas con trastorno de ansiedad social abordan y superan el temor a las situaciones sociales”, se afirma en este documento del Instituto Nacional de la Salud Mental de Estados Unidos (2022) (https://www.nimh.nih.gov/sites/default/files/health/publications/espanol/trastorno-de-ansiedad-social-mas-alla-de-la-simple-timidez/trastorno-de-ansiedad-social-mas-alla-de-la-simple-timidez.pdf). Suena paradójico que, para alejarnos de nuestro temor de estar cerca de la gente, haya que acercarse a más gente que entienda cómo nos gustaría estar lo más lejos posible de situaciones que impliquen interacción. Para quienes tenemos muchos amigos de diversos tipos y con diversas actividades, suele resultar relativamente fácil contactarlos, comunicarnos con ellos en persona o por otros medios, aunque podemos comprender que haya algunas relaciones que nos resultan más desafiantes que otras. Y hay algunas personas cuyas opiniones y percepciones nos preocupan más que otras. Así, dentro de las aulas, encontramos a algunos estudiantes (en especial cuando comienzan sus cursos en un nuevo contexto) que se inhiben ante los demás cuando tienen que plantear o responder preguntas. Como estudiantes o como docentes quizá nos enfrentemos con la típica respuesta de que los estudiantes “entienden todo” cuando se abre un espacio para preguntas y rara vez hay quien levante la mano, plantee alguna duda, exprese alguna aclaración. Todavía menos hay quien se atreva a responder a las preguntas de los compañeros de clase. El mismo libro mencionado, señala “Una persona con trastorno de ansiedad social siente síntomas de ansiedad o temor en situaciones en las que otros pueden estar analizándolos, evaluándolos o juzgándolos, como al hablar en público, conocer gente nueva, salir con alguien en una cita, asistir a una entrevista de trabajo, responder una pregunta en clase, o tener que hablar con un cajero en una tienda”.
Aparte de las providencias que puedan tomar los individuos o las familias para procurar atención a quienes se ponen ansiosos en las aulas, como docentes nos encontramos con estos retos. No todos los miembros de un grupo escolar son tan amigotes como quisiéramos, al grado de colaborar o de comunicarse asertivamente entre sí. Hay algunos estudiantes que están muy confortables en su papel de receptores en el aula, pero que se ruborizan, tartamudean, enmudecen, se confunden, olvidan la información pertinente cuando se les presiona para compartir o para presentarse frente al grupo. De algún modo, la sensación de comodidad con los miembros de un grupo de estudiantes puede ayudar a comprender que también los demás se enfrentan al pánico escénico y, si los consideramos nuestros amigos en vez de nuestros rivales, competidores o francamente envidiosos, podremos resolver mejor las tareas de aprender, cooperar y compartir dentro de los grupos de estudiantes. Así como ampliamos nuestros círculos y redes de amistades, es posible estimular el crecimiento de los grupos de colaboración en el aula.
Es claro que habrá algunos estudiantes que sólo querrán trabajar en equipo con sus compañeros y amigos habituales, y que mostrarán algunas reservas frente a grupos e individuos que consideran externos, conflictivos o enemigos. También resalta que la madurez emocional que suele estar asociada con la edad permite interacciones más fluidas con los compañeros de escuela y con los docentes. Quizá recordemos que en nuestra adolescencia nos importaba mucho la calificación y lo que pudieran pensar nuestros padres, nuestros parientes, nuestros compañeros y nuestros amigos acerca de nuestras calificaciones y nuestro rendimiento escolar, aunque es posible que en la edad adulta nos preocupen menos las percepciones que las personas de nuestro entorno puedan tener de nosotros. En especial si los vemos como un recurso para ayudarnos a superar los problemas, en vez de causárnoslos. Pérez Pascual y Salmerón Ruiz (2022) señalan que la adolescencia como etapa de separación y a la vez de formación de vínculos novedosos fuera de la familia se convierte en posibilidad de mayores interacciones con un entornamos amplio (https://www.pediatriaintegral.es/publicacion-2022-06/el-entorno-y-la-influencia-en-la-adolescencia-familia-amigos-escuela-universidad-y-medios-de-comunicacion/). Destacan que un factor de protección para una salud mental adecuada es, entre otros, el desarrollar habilidades sociales y relaciones de amistad. Ante tal panorama, cabe preguntarse si las instituciones educativas han contribuido, contribuyen y se proponen promover amistades y colaboración entre los individuos y grupos, o si, en cambio, establecen fronteras de competencia y vigilancia frente a grupos antagonistas.
Conviene resaltar que las redes de “amigotes” que establecemos a lo largo de nuestras vidas conservan su vigencia como recursos en la tercera edad. Las amistades de nuestra infancia, adolescencia, edad adulta, nos conservarán activos y comunicativos después de las edades más productivas, de formación y maduración de la familia y al retirarnos de los ámbitos profesionales. Joan Vives (2022) señala que, entre otros factores, es importante cultivar amistades con distintos grupos de edad. Probablemente como estudiantes y luego como docentes hemos logrado cultivar amistades con nuestros profesores y luego con quienes pasaron por los cursos que impartimos (https://miresi.es/blog/la-amistad-en-la-tercera-edad/). Conviene recordar que, a medida que avanza nuestra edad, los amigos coetáneos de otras etapas de nuestras vidas se alejan o se extinguen y conviene cultivar la amistad con generaciones que nos enseñarán con sus experiencias y con aquellas que nos sorprenderán por los desarrollos con los que no están familiarizados quienes formaron parte de nuestras generaciones.
*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara. rmoranq@gmail.com
Buena idea, esa del capital social. Seguramente, en la medida que pasan los años, será necesario incrementarlo. Se dice por ahí que el temperamento de las personas se agudiza con la edad. Será cierto?