Locos
Jorge Valencia*
Los locos son los profetas de lo adverso. Anuncian escenarios contrarios a lo que la normalidad nos sugiere. Lo común les parece perverso, atentatario; lo extraño, pretendido. Sus definiciones siempre son puertas no previstas que conducen a pasillos no expurgados. Viven un mundo onírico donde la lógica no impera. La realidad es una ficción inescrutable. Su vida, como la de todos, es un misterio; pero en ellos, un misterio disruptivo.
Los loquitos. Los que merecen un dedo repetido alrededor de la oreja. Ésos.
Los locos y los genios transitan fronteras comunes de la conciencia. Ven lo que otros no pueden; cuestionan lo que otros, casi siempre a posteriori, confirman.
Son los que quisieron llegar a la luna. Los que imaginaron la rotación de la Tierra. Los que escriben poesía. Los que tocan jazz y cantan y bailan tregua y catala. Julio Cortázar los denominó “cronopios”: idealistas, desordenados, seres verdes y húmedos.
Por su concepto, los loquitos son los que ameritan la separación social, los marginales. Aquellos con quienes no se sabe qué hacer: los que ponen en entredicho nuestros parámetros y paradigmas. Aunque el futuro los defina como precursores o adivinos.
Dalí o Menotti, Louis Armstrong (como lo consideró Cortázar), el propio Cortázar, Nietzsche…, Copérnico, Sor Juana, Edith Piaf, Jobs…, los que replantearon su disciplina y redefinieron lo que entendemos por humanidad. Los que ampliaron los límites o reconstruyeron nuestras concepciones.
Hay loquitos anónimos que sufrieron los electrochoques de la condenación. Recluidos con las camisas de fuerza de la incomprensión. Algunos son simpáticos; otros, no. Todos, incómodos. Raros, estrafalarios o iconoclastas. Dicharacheros o solitarios.
Los locos andan entre nosotros. A veces se fingen normales, discretos y felices. Pero en algún momento, por algún impulso, se les sale un tornillo, construyen metáforas o bailan catala.
Entonces hay que ordenar todo otra vez. Construir teorías, dar discursos. Asesorar tesis. Citar.
El mundo es un lugar misterioso donde el asombro nos obliga a buscar explicaciones. A veces excesivamente complejas. Todas ellas, en su conjunto total, en la dimensión de lo que somos y pretendemos, se reducen a una simple interjección.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]