Lo común del bien educativo
Miguel Bazdresch Parada*
Tener escolaridad, no necesariamente es igual a estar educado, es una aspiración de la gran mayoría de personas, pues desde el siglo diecinueve se proclamó y extendió la idea de “tener educación” es el modo de disponer de herramientas para luchar en este mundo y tener muy altas probabilidades de lograr una vida autosuficiente. La educación escolar se hizo una necesidad y una idea inapelable: todos debemos ir a la escuela para triunfar en la vida. En la escuela se adquiere la capacidad de enfrentar al mundo con resultados exitosos.
La asistencia a la escuela y seguir el camino de varios años de enseñanza se consideró hasta en la actualidad se consideró la llave indispensable para entrar en la modernidad y resolver en gran medida las necesidades básicas y algunas no básicas. La educación es entonces un bien, alcanzable por medio de la escolarización. La falta de esa escolaridad se considera una carencia de importancia y causa de una cierta marginación de esas personas.
Fue necesario el trabajo de Paulo Freire, entre otros, para caer en la cuenta que la educación es un recurso que viene incluido en nuestra interioridad, pues nadie educa a otro y nadie se educa sólo. El llamado de la interioridad se pule con la ayuda de otras personas como nosotros, y la sabiduría esencial por adquirir es conocer lo que llevamos en nuestra interioridad y ese conocimiento contrastado con otras personas, por ejemplo los profesores de la escuela o los miembros de la familia, nos llevan a certezas y al entendimiento de nuestra cultura, esas ideas, costumbres y creencias con las cuales resolvemos tanto los avatares de la vida cotidiana, como los pensamientos sobre nuestro ser humano y la relación con otros humanos y con lo no humano, los otros mundos con los cuales convivimos, el mundo animal, el vegetal, el microscópico y el cósmico.
De ahí, la importancia de reconocer todo ese conjunto como el bien educativo, un bien común, disponible para todos, una gracia que es un bien. Y este bien se puede convertir en lo común de un bien, es decir, un bien que lo es porque requiere “lo común” en el proceso de hacerse bien. Esto la sabían y lo sabes las comunidades, esa forma de organización social en las cual la personas definen una visión y una misión común y cada uno ubica cómo contribuye a lograrlo con su trabajo individual y la cooperación con los demás miembros comunitarios.
Aquí otra aportación secular de la escuela, hoy muy poco considerada. La comunidad escolar y la comunidad de los diversos grados. Lo cotidiano es llamarlos grupos. Y ese nombre no hace comunidad, pues el grupo es tal mientras están juntos, reunidos, aunque cada uno esté pensando o haciendo su trabajo o su tarea mandada por el profesor, quien no “entra” en el grupo. La comunidad lo es una vez que se han trazado juntos y con el acuerdo de todos los miembros un objetivo a construir y un propósito común al que ha de contribuir el logro de ese objetivo. En el caso de la escuela ese propósito es aprender y aprender a aprender, y el objetivo es crecer en saber sobre el mundo y sobre sí mismo, lo cual será el “arma” que aplicada al vivir en el mundo, en la comunidad y en lo personal, se hará posible y más satisfactorio. Y sí, ¿dónde queda todo el aparato educativo actual? Buena pregunta.
*Doctor en Filosofía de la educación. Profesor emérito del Instituto Superior de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). [email protected]