Llaves
Jorge Valencia*
Invento oportuno que pretende el resguardo de los secretos, la llave es un objeto mágico que abre y cierra intenciones.
Garantiza la privacidad de una casa, un cajón, un coche… En tiempos vergonzantes, hasta la castidad de una mujer abandonada. Como emblema de poder inmortal, san Pedro tiene las llaves del Cielo; abre y cierra los canceles según el grado de bondad de las almas.
Los custodios de la cárcel, con ellas separan y recluyen a los criminales; los empleados del zoológico, a las fieras; y los maestros, a los niños en proceso de educar encomendados por sus padres.
Las llaves son un instrumento maravilloso que restringe los accesos a algo, algún lugar, alguna experiencia. Por amplitud semántica, se denominan también llaves a los manerales con que se gradúa el flujo del agua y del gas.
Los enamorados, que siempre son cursis y acertados, se donan entre sí las respectivas llaves de su corazón. Las llaves y el poder para romperlo.
Los luchadores aplican llaves: la Nelson, la filomena, la huracarrana… esas llaves abren el triunfo de la contienda y cierran las expectativas de los fanáticos y los apostadores.
Las llaves son oportunidades para enfrentar realidades alternas, a veces sorpresivas. Otras veces deseadas.
Para toda llave existe una cerradura a medida. Una sola. “Siempre hay un roto para un descosido”, se dice. Las cerraduras son sedentarias: esperan el capricho de la llave nómada y oportuna. Da la impresión de que existen más llaves que cerraduras.
Hay llaves grandes o chicas. De hierro macizo o aleaciones frágiles. Siempre valen más por lo que abren que por su naturaleza intrínseca.
En Matrix, el “cerrajero” es el destinador. Gracias a él, el héroe cumple su destino. El objeto de poder es una llave. Varias, de hecho: una para cada puerta.
Tal vez el secreto de la ciencia para saltar en el tiempo consista en encontrar la llave propicia, más allá de artefactos sofisticados o teorías elaboradamente complejas. Sólo se necesita una llave. Discreta y precisa, en manos de alguien predestinado para su posesión.
La llave de Ulises fue un tapón de cera en las orejas. La de Perseo, un espejo en contra de Medusa. La de Hamlet, su locura impostada. Y la de Jesucristo, el amor al prójimo.
En todos los casos, sus “llaves” fueron constructos heredables. Actos de valentía sustentados en convicciones que otros admiraron, celebraron y olvidaron.
Las llaves andan por el mundo en espera de su cerradura. Es probable que nunca la encuentren. Quien porta esa llave es el depositario ulterior de su destino.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]