Limitados

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Por más que los humanos solemos creer que somos el centro del universo y hasta tenemos historias en las que les achacamos criaturas terrestres a los dioses, en realidad, resultados bastante limitados. En buena parte, nuestras herramientas son muestra de que tenemos ingenio para compensar nuestras limitaciones. Consideremos, por ejemplo, nuestro sentido del olfato. Por más que nos vanagloriemos de disfrutar el olor de la canela, de los perfumes, de la piel de la persona amada, o de detectar los fétidos olores de nuestros entornos, en realidad “el sentido del olfato de un perro es mil veces más sensible que el de los humanos. De hecho, un perro tiene más de 220 millones de receptores olfativos en la nariz, mientras que los humanos solo tienen 5 millones” (https://latimosbocalan.org/index.php/actividades/publicaciones-y-articulos/126-el-sentido-del-olfato-del-perro). Así que de olfativos y de buenos para evitar los peligros de las comidas o ambientes putrefactos no puede tildarse a los humanos.

Eduardo Galeano (1940-2015) cita a una persona de edad (relativamente) avanzada que declaraba que basta vivir 80 años, porque después de esa edad es cuando uno se envicia con la vida y ya no quiere irse jamás. Habrá quien reconozca sus límites y haga mutis a tiempo, lo que ha derivado en un prolongado debate respecto a los límites de la voluntad para vivir: obligar o pagar a otros a prolongar la existencia del cuerpo que habitamos, o pedir la ayuda de manos ajenas para cortar nuestros latidos son parte de los argumentos que suelen blandirse. A los enfermos terminales que a edad (relativamente) temprana piden que les ayuden a morir se les niega ese último suspiro bajo el argumento de que no han alcanzado sus límites de vida. Y a los ancianos que quieren vivir más allá de la expectativa de vida de su espacio y su tiempo, se les acusa de respirar el oxígeno que corresponde a las generaciones más jóvenes. El franco-cubano Paul Lafargue (1842-1911) en parte se hizo famoso, no tanto por su militancia política, sino por haber sido yerno de don Carlos Marx y por haber decidido que había llegado ya a su límite. Él y su esposa Laura Marx pusieron fin a su vida motu proprio: “Durante algunos años me había prometido a mí mismo no vivir más allá de los 70; y fijé el año exacto para mi partida de la vida”. Cuenta Wikipedia, que de todos los chismes sabe, que Vladimir Ilích Ulíanov (alias Lenin; 1870-1924) estuvo presente en el funeral y “le dijo a su esposa Nadezhda Krupskaya: ‘Si uno no puede trabajar para el Partido por más tiempo, uno debe ser capaz de mirar la verdad a la cara y morir como los Lafargue’” (https://es.wikipedia.org/wiki/Paul_Lafargue).

Entre el momento de nuestra nacimiento y el de nuestra muerte, los humanos enfrentamos una serie cuantiosa de límites. No sólo en el espacio, por lo que debemos tramitar pasaportes, visas, permisos, hacer cambios de divisas, sacar identificaciones como residentes de determinada demarcación barrial o nacional, sino también en el tiempo. Nuestros documentos suelen tener fecha de caducidad y de determinada fecha y horarios no pasan los privilegios u obligaciones a las que nos tienen destinados esas identidades artificiales. Cuentan que la frase que dio fama a Benito Juárez (1806-1872) “el respeto al derecho ajeno es La Paz”, en realidad no fue creación de él, sino que se inspiró en una reflexión del siempre puntual filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) quien afirmó (Auf Deutsch, claro es, pero que aquí pongo en español): “la injusticia cometida se ejerce únicamente en el sentido de que no respetan el concepto del derecho, único principio posible de la paz perpetua” (https://es.wikipedia.org/wiki/El_respeto_al_derecho_ajeno_es_la_paz). En todo caso, esa paz y esos derechos remiten al reconocimiento de límites jurídicos.

Así, para fortuna o desgracia, sigue vigente la frase que reza que “lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno es que duran poco”, al igual que el tan popular dicho de que “no hay mal que dure cien años”. Entre nuestras limitaciones vitales y sensoriales, los humanos hemos logrado construir límites temporales y espaciales que varían a lo largo del planeta. Lo que sí es seguro es que, si viajamos o duramos lo suficiente, llegaremos a algún límite. Para empezar a los límites de nuestros propios cuerpos. Aun cuando dicen los motivadores deportivos que los límites no están necesariamente en nuestros cuerpos, sino en nuestras mentes que nos dicen que ya no podremos más, cuando en realidad nuestras carnes pueden todavía al menos un tramo adicional.

“Ya no puedo más”, señalamos los humanos y complementamos: con estos abusos, esta relación, este trabajo, esta rutina, privaciones, actividad, incertidumbre, sed, hambre, afanes, clima, pobreza… y muchas veces encontramos a otras personas que logran trascender esos límites, en parte porque tenemos otros límites. Hay quien se queja de ya no poder más con un empleo o una relación y permanece ahí precisamente porque sus límites en otros aspectos no le permiten salir de ahí. Ya sea que no tenga ingresos suficientes mientras consigue otro empleo o no confíe en que sus habilidades sociales le alcancen para establecer nuevos lazos afectivos o de cooperación. Así que cuando la gente está “hasta la coronilla” o “hasta el copete” remite a la idea de que está por alcanzar sus límites. Y luego vuelve, sonriente o con mala cara, a su empleo y su relación, por existir otros límites difíciles de superar.

Nuestra capacidad de aprender y de recordar habilidades, idiomas, vocabularios, trucos, recetas, estrategias, nombres, contactos, es extremadamente limitada. De ahí que “la más débil de las tintas es más fuerte que la más fuerte de las memorias”, pues nuestras neuronas tienen límites y no pueden funcionar más allá de determinadas condiciones físicas o temporales. Y si las limitaciones en cada uno de los cuerpos humanos pueden ser muy distintas, como se ve en quienes tienen desempeños EXTRAordinarios (es decir, que salen de los límites de lo ordinario en la especie, la época o la disciplina), también es cierto que en las organizaciones, instituciones y culturas existen y se trazan límites respecto a lo que es posible abordar, cuándo y por quién. En inglés existe la expresión “off limits”, para señalar esta exclusión de determinadas personas respecto a determinados ámbitos, acceso a la información o a la capacidad de decidir.

Personajes como Pinky y Cerebro (producción de dibujos animados de Steven Spielberg), Napoléon, Hitler, la Reina Victoria de Inglaterra. El rey Leopoldo de Bélgica, Vladimir Putin e incluso, señalan algunos, el actual presidente mexicano, aspiran a ampliar sus poderes y dominar el mundo entero. Aun cuando hay quienes aspiran a controlar algún imperio en donde nunca se ponga el sol, es claro que, como individuos, los tiranos en algún momento verán apagarse sus luces. Y no necesariamente alcanzarán a reclamar, como hizo “el hombre universal” (pero no eterno) Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) “Mehr Licht!” (más luz) al llegar al límite de sus días.

De modo que los humanos, por más que nos proponemos superar nuestros límites individuales, disciplinares, institucionales, biológico, culturales, sólo logramos inventar aparatos, estrategias o adminículos para recordar mejor, para viajar más rápido, para cansarnos menos, para tener o administrar más recursos, para responder más rápido, para oler, ver, oír, percibir más lejos y con mayor detalle, para analizar más o para responder con mayor versatilidad. Hay veces en que queremos presumirlo, como recuerda Carlos Marx (El 18 Brumarlo de Luis Bonaparte, 1851-1852) en la anécdota en que un griego narra que en la isla de Rodas había logrado un salto más largo que los de todos sus contrincantes. “Hic Rhodus, hic salta!”, lo reta un miembro del auditorio. Si puedes sobrepasar los límites humanos, rebásalos aquí mismo. Así que quien es capaz de hacer más que otros y trascender los límites se enfrentará siempre con la máxima de que “el que es perico donde quiera es verde” y no puede prometer eternamente y en cualquier lugar cumplir promesas que se encuentran limitadas en sus posibilidades. A pesar de que haya políticos, pedagogos o mercadólogos que prometen que trascenderán los límites de lo humanamente posible hasta el momento.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del departamento de sociología. Universidad de Guadalajara.rmoranq@gmail.com

Comentarios
  • Alicia Glez.

    Buen artículo, Dr. Rodolfo! Pareciera que la creatividad, fuera ilimitada, para usted!!
    Es interesante, como, el ser humano, al enfrentarse a razonamientos tan complejos como la existencia, en un cuerpo que día a día se va deteriorando, se ve en la necesidad de creer que existe un segundo contenedor, de lo que algunas religiones denominan alma. A veces imagino que los seres sobre la tierra fuéramos como globos llenos de gas.. En algunas casos, la Energia se ve liberada instantáneamente y en algunos otros, sucede poco a poco.

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