Las escuelas y sus mitos

 en Carlos Arturo

Carlos Arturo Espadas Interián*

En todos los programas de formación inicial del profesorado y carreras de campos disciplinares relacionados, seguramente se abordarán las escuelas: tradicional, nueva, tecnología educativa y demás.
Es curioso el enfoque “clásico” del abordaje; 1) escuela tradicional, castigos autoritarismo, pasividad…, 2) escuela nueva, autonomía, estudiante como centro de la educación, activismo…; 3) tecnología educativa, máquinas de enseñanza, libros de texto programados, autoevaluaciones…
Forman el universo del imaginario profesional de los educadores que configuran una especie de estereotipos que sirven para analizar, evaluar e interpretar las prácticas docentes. En educación existen muchos de esos estereotipos que se fusionan con los discursos y formas de ver el ámbito de la práctica profesional.
La escuela tradicional tenía dentro de sus elementos la autoridad del profesorado sí, pero derivada de dos fuentes principales: 1) intelectualidad y, 2) enciclopedismo. Su principio estaba basado en las huellas mnémicas. En las universidades medievales, el estudiantado podía multar al profesorado si no recitaba los autores de su curso o si ignoraba lo que debía saber por estar al frente de una clase. Las participaciones realizadas por estudiantes tenían que remitirse a los autores y sus textos, tenían que ser citados dentro del discurso y con ello se le daba estructura y contexto específico. Era el dominio de la teoría y los conceptos.
Hago énfasis en la escuela tradicional porque es la más satanizada y la menos conocida. A todo lo que no es grato en docencia se le otorga ligeramente el mote de: tradicional. Sin embargo, al usar el término: escuela tradicional, tendríamos qué preguntar a qué escuela tradicional se hace referencia porque tenemos otra “escuela tradicional” que es posterior y que es la que priorizaba los castigos y regaños, así como las prohibiciones que impedían al estudiantado participar.
La escuela nueva, aunque diversa en propuestas, tenía como fundamento, una visión del mundo emanada del pensamiento burgués y con ello poner en el centro de atención al niño o a la niña, implicaba ver al individuo descontextualizado, aislado de lo social, es decir, únicamente importa el individuo y no el conjunto de seres humanos. Además de ello, tenemos la centralización en la técnica de la docencia, es decir, el manejo de los grupos para lograr la autonomía –autonomía acotada a los ambientes de aprendizaje, por cierto-, materiales apropiados a la edad de estudiantes y demás.
Aunado a lo anterior, se han eliminado los aspectos poco gratos de autores que son retomados como antecesores, que no fundadores, de la escuela nueva. Por ejemplo, pocos saben que Rousseau declaraba en El Emilio: si el niño se enferma por haber roto los vidrios de la ventana, no se le atenderá y si persiste en romperlos se le encerrará en un cuarto obscuro, sin ventanas; Comenio en su Didáctica Magna declaraba que el fin último era buscar a Dios y el no hacerlo implicaba dirigirse al abismo.
La tecnología educativa, con su fundamento psicológico conductual, con todas sus implicaciones, transmitía una apariencia de objetividad inexistente, que mecanizaba, literalmente los aprendizajes, resaltaba lo memorístico descontextualizado y generaba una serie de vicios en los aprendizajes que eran usados para obtener lo más importante: buenas notas.
Tal vez los planteamientos realizados de las escuelas son rápidos y superficiales, pero permiten generar ideas de referencia que quizá llamen la atención hacia otros lugares de análisis.

*Profesor–investigador de la Universidad Pedagógica Nacional Unidad 113 de León, Gto. cespadas1812@gmail.com

Escriba su búsqueda y presione ENTER para buscar