La tertulia y el aprendizaje

 en Rodolfo Morán Quiroz

Luis Rodolfo Morán Quiroz*

Remata el añoso chiste de la Pilarica: “¿por qué te quejas, esposo mío, de que otros en el pueblo ensalcen, por conocerlos, los besos y los abrazos que ahora te doy? ¿No te gustan? ¿Acaso piensas que eso lo aprendí por correspondencia?”. En otros tiempos hubo cursos en fascículos que, al menos en la época de los abuelos, se recibían periódicamente por correo tras pagar una cuota. Con el paso de los años, a ese correo se le ha bautizado como “correo de caracol” (snail-mail) en contraste con el “correo electrónico” (e-mail), por todo lo que tardaba en llegar. Enviar una carta de amor o algún cobro podría tardar meses e incluso perderse en el camino. La lentitud llegó incluso a ser objeto de emocionantes pasajes en novelas, en donde el amante arrepentido de enviar una misiva hacía que otras cabalgaduras interceptaran al mensajero dispuesto a entregarla.
Con la llegada de internet, los cursos a distancia se llaman ahora “tutoriales” y “webinars” y se realizan sin necesidad de que quienes los presencian se pongan ropa formal. Si algo nos ha ahorrado la pandemia es el uso de zapatos, de gasolina y de tiempo en traslados, sin que por ello estemos desconectados de posibilidades de interacción. Sin embargo, los tímidos como yo que hemos sido criticados por no saber besar como debe ser, hemos de reconocer que nos privamos de algunas experiencias que bien podríamos haber mejorado en caso de tener la presteza de la famosa Pilarica y que no se pueden aprender ni culminar por correspondencia ni por internet. Otros chistes, de embarazos por correspondencia e internet, están ahí para recordarnos la importancia de la interacción concreta entre las personas para que se den determinadas consecuencias.
Cuentan que Shakespeare no sacaba sus ideas de las bibliotecas, sino de los “pubs” a los que acudía para aprender de la naturaleza humana, sus caprichos y vericuetos, directamente de los briagos y de los diálogos que escuchaba y provocaba. De la misma manera, hemos aprendido a orientarnos en el espacio gracias a habernos perdido en él, no por consultar mapas. La interacción con otros nos ha ayudado a entender que el mundo no es solo lo que sucede en nuestras familias.
De modo que las sesiones virtuales no pueden ser la única forma de aprender. Por más esquemática o teórica que sea la información a transmitir o a recibir, nuestros aprendizajes suelen ser “de bulto”, mientras escuchamos y observamos, nos movemos y vacilamos. De poco nos sirve el lenguaje por sí solo, a pesar de su gran valor. Requerimos de ilustraciones, de movimientos, de distintas perspectivas, de sopesar, manipular y combinar. La tertulia con los otros, incluso la que realizamos en la discusión en el aula, en los pasillos o en la entrada de la escuela, nos acerca a distintas realidades, nos permite captar pequeños detalles para aprender y cuestionar la realidad. Jugar dominó y chismear son actividades que en mucho complementan el aprendizaje libresco. ¿Cómo entender la ambigüedad del lenguaje, los giros lingüísticos, los juegos de palabras, los significados de determinados movimientos, sin participar en los círculos familiares o de amigos?
Para comprender muchas actividades prácticas y hasta para coquetear y tocar la rodilla o el pie de las interlocutoras, o expresar acuerdos y discrepancias, hemos de regresar a interacciones más directas. Aunque por el momento sea con plexiglás y cubrebocas de por medio, en lo que los científicos desarrollan vacunas y tratamientos que nos permitan volver, con menores riesgos, a nuestros intercambios salivosos y cercanos cara con cara.

*Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Departamento de Sociología del CUCSH de la UdeG. rmoranq@gmail.com

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