La regulación escolar. ¿Quién educa y cómo hacerlo?

 In Miguel Ángel Pérez Reynoso

Miguel Ángel Pérez Reynoso*

La pandemia debido al COVID–19 ha sido un fenómeno devastador en varios sentidos, uno de ellos está reaccionado con la imagen y la legitimidad de la educación que regula el Estado a través de la llamada escuela pública y la otra es la educación privatizada o que hay que pagar para recibirla.
Para el ciclo escolar que inició el pasado 24 de agosto, la escuela privada perdió aproximadamente el 35% de lugares de alumnos y alumnas que antes asistían a institutos o colegios privados, todo ello por diversos motivos: a) la pérdida de empleo y baja salarial de los padres, b) el que se permanezca en casa y da lo mismo una modalidad que la otra; pero lo paradójico del asunto, es que muchos padres de familia en estos días, alegan que las escuelas privadas no están educando.
Del otro lado, tenemos a un número considerable de colegios que han tenido que cerrar (sobre todo escuelas pequeñas) y en consecuencia de ello, han tenido que despedir a los docentes que ahí laboraban sin previo aviso y, de ser en el origen un problema pequeño, se ha convertido en un problema mayor con muchas aristas.
Lo que coloco en el centro de la reflexión es la creencia de los padres de familia, de lo que significa (para ellos) el asistir a la escuela y educarse. Es a partir de aquí donde se mueven las piezas de este microsistema.
Si bien, la atención educativa de manera remota no es la mejor estrategia, los padres de familia como parte de su sistema de creencias (creen, piensan, intuyen o imaginan), que los maestros y maestras no están trabajando porque no atienden directamente a sus hijos, cuando la responsabilidad última (como está sucediendo ahora) se traslada al hogar, entonces emerge una mayor responsabilidad de los padres y hasta de los niños y niñas en edad escolar por gestionar y admisntrar el tiempo y su propio proceso de estudio.
En el fondo queremos responsabilizar y hasta culpabilizar a otros para evadir nuestra propia responsabilidad de educar. Ningún colegio es culpable de lo que está pasando hoy en día (no los estoy defendiendo), simplemente digo que la decisión última de elegir y los motivos de dicha elección, está en los padres y no en las escuelas.
Termino diciendo que el problema de fondo reside en las representaciones que sobre la educación pública hemos construido y, por educación pública y lo público lo entiendo aquí como lo definía Pablo Latipí, como un servicio público dirigido a toda la sociedad. Pagar por el servicio educativo o el conformarse con lo que el Estado ofrece no debiera ser un asunto de contradicción tan enconado. Al final ha sido la autoridad educativa la encargada de hacer más grande dicho encono, al no regular debidamente o no poner reglas claras de lo que le toca a cada instancia.
Educar o educarse no está en función de la escuela o el colegio que eligen los padres o madres de familia, en dicha decisión no se resuelve el compromiso de acompañar y educar a los hijas e hijas desde el hogar.
El problema también es que el servicio educativo se ha convertido en un fetiche y de ese fetiche, la dicha disputa es saber quién se deshace de él o quién consigue una atención educativa más fácil o más barata.

*Doctor en educación. Profesor–investigador de la UPN Guadalajara, Unidad 141. [email protected]

Comments
  • Marco Antonio Guillén Chávez

    Creo que la escuela, pública o privada, es (o debiera ser) una guía rectora de objetivos a lograr, que encauce y fomente el autodidactismo aprovechando las plataformas de comunicación que actualmente la internet proyecta y pone al alcance de las mayorías.

    Desafortunadamente, nuestro sistema educativo en ambas modalidades y pese al gran poder rector que tiene, enfoca más sus esfuerzos en “demostrar” que trabaja al cien por ciento en la educación de la población escolar enfatizando (y presionando al personal docente) en la gestión escolar administrativa de la recolección de datos y evidencias que el alumnado debe rendir ante su “juez” educador para obtener un número calificador que lo acredite para pasar al siguiente obstáculo, digo, grado escolar. Por lo tanto, lo único que se logra con este perseguir resultados de acumulación de puntos según la “presentación de evidencias”, para obtener una calificación “aceptable”, es que, en las actuales condiciones de encierro por la pandemia, los padres de familia, principalmente las mamás, se vean presionadas a presionar a sus hijos a que “aprendan” y realicen las actividades para presentar evidencias, pues de no hacerlo, no aprobarán el curso y esto representa mayor presión, enojo y angustia y lo que es peor, mayor prolongación de los gastos (muy pocos consideran una inversión en la educación de la niñez) en materia escolar.

    Sé de unos vecinos que no inscriben a sus hijos en ninguna institución escolar por sus principios religiosos. Sus mamás se encargan de su educación escolar en función de los objetivos señalados por la SEP. Al “término del ciclo escolar en casa” los llevan a la Secretaría de Educación y solicitan que les apliquen exámenes de suficiencia para obtener los grados escolares que los acrediten para obtener las constancias y documentos necesarios para no ser excluídos de la sociedad cuando estén en edad productiva laboral. He platicado con dos de las hijas de estas familias y he constatado, por su forma de expresión y manifestación de conocimientos básicos elementales, además de un sentido crítico hacia temas diversos, que están bien preparadas para enfrentar los retos que la vida y la sociedad les impongan.

    La educación pública o privada, sí son importantes para la vida de una sociedad en constante movimiento, pero no son el factor non plus ultra para garantizar una educación de calidad que prepare a los futuros ciudadanos conscientes de su participación por preservar un mundo más humano y materialmente menos desigual.

    Recordé haber leído, palabras más, palabras menos, que el escritor Bernard Shaw alguna vez dijo: “Interrumpieron mi aprendizaje cuando me llevaron a la escuela.”

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