La pedagogía del odio, la pedagogía de la intolerancia, la pedagogía de la indignación

 en Miguel Ángel Pérez Reynoso

Miguel Ángel Pérez Reynoso*

Normalmente, el concepto de pedagogía, junto con el de educación, son conceptos edificantes; se piensan, se conjugan y se viven en positivo, pero existen otros conceptos, antipedagógicos o contrapedagógicos, como el miedo, el odio, la ira, la violencia, el rechazo, la intolerancia, etcétera.
Los recientes hallazgos en Teuchitlán, en nuestro estado de Jalisco, han servido para que los ojos del país y parte del mundo se vuelquen sobre nosotros, pero no nos miran a partir de algo importante que ha sucedido, ni tampoco a partir de una contribución destacada en humanidades, en artes o en ciencias. No han volteado a mirarnos porque somos corresponsables, por acción o por omisión, de una serie de atrocidades en nuestro territorio. Los grupos delictivos se daban la gran vida, en complicidad con los gobiernos locales.
La pedagogía del odio y la pedagogía del miedo van ganando la carrera; ya no es la educación, ese conjunto de engranajes pensados en formar y contribuir para que las personas sean mejores. No, ahora la educación ha dado lugar a su antítesis, en donde la condición humana tiene que descender hasta lo más profundo de las llamas y convertirse en cenizas o en fetiches, en ropa y zapatos como trofeos que se ofrecen a la ignominia.
Es lamentable ser el centro de este monumento a la negación del arte de enseñar, de forjar y formar personas y dialogar y convivir al lado de los otros. No, hoy ha sido el engaño y la promesa no cumplida, la venganza en contra de quién sabe qué o quién sabe dónde. Existe mucho odio y mucho coraje detrás de todo acto de barbarie; aquí una vez más la educación formal y también la no formal han sido desplazadas, arrojadas a uno de los barrancos de esta geografía rural a la que ahora se le teme.
Es triste y lamentable cómo la pedagogía de la destrucción cobra un alto nivel de protagonismo en nuestra sociedad local y que en todo ello las autoridades sigan de manera campante con sus eventos fastuosos y triunfalistas. ¿De qué se ufanan o de qué se burlan? Si no es que, de ustedes mismos, por torpes, por incapaces, por ineptos, por omisos.
La otra pieza que nos hace falta, para cerrar el círculo, es darle lugar a la pedagogía de la indignación y la dignidad. Y ahí aparecen dos actores claves: por un lado están los colectivos de madres buscadoras, afanosas, tesoneras, luchadoras, que van en una búsqueda incesante de algo que tal vez nunca van a encontrar, pero siguen ahí, buscando y escarbando, moviendo rocas y moviendo sueños. Del otro lado están las agencias gubernamentales con sus mentiras y sus demagogias; tienen que inventar e imaginar el nuevo engaño. Si tuvieran una pizcachita de dignidad, deberían hacerse a un lado, renunciar a sus cargos, para llegar a las últimas consecuencias, darle lugar a que la sociedad se encargue de poner orden y hacer justicia. Pero la dignidad también es una asignatura ausente en el currículum formal. Entonces, ¿para dónde hacernos? No podemos dejar que las cosas se muevan por sí solas, pero tampoco podemos crear un clima de alta tensión que genere nuevos brotes de violencia. La justicia deberá llegar y pronto.
Jalisco no merece este tipo de antipedagogías; por lo tanto, es necesario que emerjan verdaderos educadores, que actúen y que hagan alianza con los que buscan y no encuentran. Que le den lugar a la educación como ese acto edificante y creativo y que sirva para construir una mejor sociedad y no esta podrida y tenebrosa que nos han dejado los políticos locales.
En términos simbólicos, Jalisco es una sociedad indignada, que está obligada a movilizarse, por la verdad, por la justicia y por los 15 mil desaparecidos cuyos nombres no deben ser olvidados.

*Doctor en Educación. Profesor-investigador de la UPN Guadalajara, Unidad 141. [email protected]

Comentarios
  • Luis Christian Velázquez
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    Que razón tienes estimado Miguel, todos somos culpables de este infierno.

  • Silvia Ruvalcaba
    Responder

    Excelente editorial

    Y sí, que tristeza por nuestros maestros

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