La muerte NO tiene permiso
Miguel Ángel Pérez Reynoso*
Hace muchos años el escritor mexicano Edmundo Valadés publicó un brillante cuento que lleva por título “La muerte tiene permiso”, dicho autor incluso coordinaba la publicación de la revista El cuento. Hago alusión a dicha obra y a su autor para decir ahora que la muerte NO tiene permiso.
Era el domingo 18 de febrero por la mañana, cuando (después nos enteramos por la difusión de los noticieros) que un grupo de jóvenes la mayoría adolescentes fueron atacados, por desconocidos, en el momento murieron 5 personas y momentos después 2 más. Eran cerca de las seis de la mañana cuando se trasladaron de un sitio (es probable que de alguna fiesta) para dirigirse a otro domicilio en donde fueron atacados.
Los distintos diarios consultados (impresos y digitales), dan notas vagas y muy escuetas sobre este hecho, no hay testimonios de familiares, ni los motivos de porque andaban en la calle a esas horas de la madrugada y lo peor aún, no se sabe nada del grupo que atacó.
De toda la prensa que cubrió la nota hay un diario digital que fue más allá, dicho diario habla de que Tlaquepaque es uno de los puntos con más riesgo, debido a que ahí se ha asentado el crimen organizado y que actualmente existen seis células del CJNG, pero que hay una pugna en dicho grupo en contra de la llamada Plaza Nueva.
Estos hechos generan una serie de preguntas que no se pueden responder a falta de elementos objetivos para hacerlo. ¿Qué andaban haciendo los jóvenes asesinados, a esas horas en un lugar peligroso?, ¿si ya habían tenido algún altercado previamente con el grupo agresor?, ¿si estos hechos forman parte de los vínculos con las células del crimen organizado? En fin, las preguntas pueden seguirse generando y no tenemos respuestas a la mano para buscar algunas certezas mínimas de estos hechos, lo simbólico es que la ZMG sigue siendo un lugar especialmente de riesgo y más para los jóvenes, no les importó a los agresores pensar que se trataba de personas muy jóvenes casi niños, los cuales en este hecho han perdido la vida.
Este tipo de hechos no son comunes en el modus operandi de los grupos delictivos, normalmente se dice que el problema y los ajusticiamientos son entre ellos mismos, pero entonces qué ha sucedido con adolescentes que han perdido su vida en este incidente.
Ante ello, habría que preguntarse también ¿qué está haciendo el gobierno estatal?, ¿qué hace la escuela con sus dispositivos de atención y prevención?, ¿qué hacen las familias, en cuanto a estas costumbres locales de atención y contención socioafectiva a niñas, niños e hijas en esta edad? Al final, la sensación que queda es de impotencia, de un coraje que sirve de muy poco cuando no se tiene a la mano hacia quién canalizar toda la rabia contenida.
Este hecho que se suma a muchos más y que han terminado por normalizar nuestra vida, la cual está permeada por la violencia sistemática.
Este hecho deberá de tornarse en un parteaguas, aprender de él y aprender también a cuidar y a blindar a las personas pequeñas que todavía tienen mucha vida por delante. Aprender a prevenir, aprender a cuidarnos y a vigilar u olfatear el riesgo. No es posible que la muerte de siete jóvenes (5 de ellos adolescentes) quede en el olvido y en la indiferencia, ellas y ellos (porque también había mujeres) merecen un tributo y el compromiso de que ya no volverá a pasar. En sus anónimos nombres debemos de comprometernos a no permitir ni una muerte más, ni un adolescente sacrificado en esta loca guerra por algo que no sabemos que es, qué se busca, qué se gana cuando se mata, así tan fría e impunemente.
Hoy la muerte NO tiene permiso de aparecerse en ningún espacio de nuestra lesionada, asediada vida y de toda la sociedad tapatía.
*Doctor en educación. Profesor–investigador de la UPN Guadalajara, Unidad 141. [email protected]