La mala educación
Jorge Valencia*
No importa el nivel de estudios. Si un mexicano puede meterse en una fila, se mete. Hay un gatillo atávico que se dispara en el inconsciente: “si no soy gandalla, no soy mexicano”. Y algo bueno que tenemos es que somos muy nacionalistas. ¡Viva México… “señores”!
Los agentes de tránsito son un lujo. No tiene caso su presencia en un territorio donde los semáforos están puestos para adornar las calles (como antes estuvieron los ahuehuetes). Cuando intervienen, no lo hacen para corregir sino para fortalecer la impunidad endémica.
Los tapatíos somos tan enemigos del orden que le cambiamos el nombre a la misma avenida cada tres cuadras: Vallarta es Juárez es Mina… El problema de las señas de algún sitio, cuando preguntan, lo resolvemos con la frase omnímoda “para arriba” o “para abajo”.
Es sintomático que el mejor estudio sociológico de nuestra mexicanidad sea obra de un poeta. Octavio Paz concibe nuestra singularidad con la metáfora de un laberinto en el que estamos completamente abandonados.
Estar solos en medio de los otros es un acto de egoísmo o de inhibición. Nadie nos educó para la tolerancia, ya no digamos la fraternidad. Los cursos de Formación Cívica y Ética impartidos en la educación básica resultan una ostentación de ideales cuya inalcanzabilidad nos frustra. En todo caso, se trata de una materia puramente teórica.
Nos conmovemos con las telenovelas pero somos inmunes a las noticias de los descabezados que aparecen todos los días. Detenemos en cualquier parte nuestro coche para dar vuelta hacia cualquier lado. Los sentidos de las calles son apenas una sugerencia. Si le pedimos permiso y está, el agente mismo nos echa “aguas”.
Nuestra mala educación nos inclina a valorar como una descortesía el hecho de llegar temprano. Para una reunión, los anfitriones nos citan treinta minutos antes de la hora que quieren que lleguemos. Estar a tiempo es un inconveniente para todos.
La Secretaría de Educación lo ha previsto. Los alumnos tienen el derecho fundamental e inalienable de llegar a la escuela a la hora que se les pegue la gana.
En el país del surrealismo, como reconoció André Bretón, ser bien educado es un agravio a la idiosincrasia. Significa no ser buen mexicano.
El prototipo nacional es el macho que escupe al aire. Tira balazos. Se rasura con vidrios y hace gárgaras de gasolina. El mexicano por antonomasia: Lorenzo “Rafail” sin las partes cursis.
Según la PGR, el alcalde de Iguala desapareció a 43 estudiantes normalistas que pretendían frustrar un acto político de su señora esposa. Qué ternura… Se trata de un incuestionable acto de amor.
*Director académico del Colegio SuBiré. [email protected]